Luis Millones y Laura León
1. Para que me quieran
En los últimos años, los postes de electricidad de la capital
peruana, Lima, han sido masivamente conquistados por pequeños carteles
en los que maestras y maestros curanderos ofrecen sus poderes para solucionar
males de amor, de salud y problemas económicos. Los periódicos
populares de la capital y de otras ciudades peruanas también han abierto
sus páginas a innumerables anuncios publicitarios con mensajes similares.
Sea cual sea el medio que los curanderos utilicen para anunciar su trabajo,
no falta el énfasis en el supuesto origen norteño del maestro,
como sinónimo de efectividad.
Tal vez la crisis económica o la reciente
facilidad para acceder a los medios masivos de comunicación sean los
factores que subyacen a esta repentina sobre exposición del trabajo curanderil
norteño. Se suele decir, que la práctica de sus artes, como ellos
las llaman, tenga antecedentes en tiempos incluso previos a la época
colonial. El argumento se sostiene en la impresionante cantidad de ceramios
de la cultura Moche, en los que se retrata tanto a curanderos como a curanderas
con dos elementos que podrían identificarlos: una sonaja y un bastón.
Elementos que hasta el día de hoy son instrumentos indispensables para
los maestros. Otras escenas en cerámica, con maestros atendiendo a sus
pacientes, parecen dar fuerza a esta idea.
El 15 de febrero de 1772, en la hacienda de "Santa
Catharina de Calipuy" (hoy Calipuy, distrito de Santiago de Chuco, departamento
de La Libertad), durante el juicio seguido contra María Francisca "viuda
y vecina del pueblo de Tauca" (distrito de Cabana, departamento de Ancash)
se encontró entre sus pertenencias "un atadito amarrado, una piedrecilla
a modo de metal (que llamaba piedra imán) con un poco de azerrín
de fierro", tenía también "una piedra redonda a modo
de una bola como embarnizada, por la que dijo que era una piedra Bessar, que
también la tenía por remedio. Se halló unos pelos menudos
muy rubios apelmazados...asimismo una bolsita de cordobán cosido, en
la que desatada, se hallaron dos piedrecillas amarillas color oro pimienta;
por las que dijo que era una bolsita con solimán que traía consigo
por remedio de malos ayres...". Finalmente le encontraron cabellos "crespos
de negro" para cuidarse de los malos vientos (AAT, Sección idolatrías,
expediente DD-1-4, folio 4r).
No puede sorprendernos el ajuar de esta modesta
curandera, lo que resulta sugerente es la explicación que dio a don Juan
Crisóstomo de Espejo, cura y vicario del pueblo. Le dijo que desde cuando
era moza quiso ser "yerbatera" para que "los hombres de respeto
la quisieran".
Las razones de María Francisca se sostienen
hasta hoy y tienen relación tanto con el quehacer del curandero (la búsqueda
de respeto), como con la ansiedad de ser querido que impulsa a quienes aspiran
conseguir hechizos de amor.
Como veremos más adelante, estos deseos tan generales y necesarios encontraron
en los maestros curanderos no una sino varias vías para alcanzar sus
propósitos.
Hay la tentación de hacer descender de
las imágenes de la cultura mochica a la práctica de los curanderos
de nuestros días, especialmente aquellos que beben el cactus San Pedro
como puerta de entrada al universo sobrenatural, pero como en el caso de María
Francisca (que usaba cogollos de floripondio blanco y colorado), pueden existir
otras fórmulas de acceso al mundo espiritual.
En nuestros días, los maestros curanderos
se esforzaron en trazar una línea divisoria entre los que han recibido
"el don" por gracia divina y los "compactos" o "maleros",
cuyas artes provienen de su compromiso o pacto con el demonio. Las acusaciones
son frecuentes y cada curandero tiene una lista precisa de quienes son los "maleros"
de los alrededores. No es difícil adivinar que los miembros de esa lista
pueden a su vez haber incluido a nuestro informante en su propia lista de "maleros".
Sobre todo porque las sesiones (martes y viernes de 10 p.m. a 6 a.m.) incluyen
una "mesa" o altar "ganadera", es decir, donde se gana a
quien ha perjudicado (hecho "daño") al paciente. Aquel maestro
agresor es el objeto del contraataque del curandero, en su afán de sanar
a la víctima. La calificación de "malero" depende, pues,
de la óptica con la que se observe la ceremonia, aunque existe una buena
información sobre aquellos maestros que sólo atienden a quienes
van a pedir que se haga daño. El tema, sin embargo, escapa a los propósitos
de este artículo.
Además del caso citado de María
Francisca, los archivos de hechicerías norteñas tienen documentación
muy vasta sobre formas de curación ajenas al uso de San Pedro, al sonar
de sonajas y a la utilización de báculos o bastones que responderían
a una continuidad de la iconografía moche. Tal podría ser el caso
de Juan Vázquez (Millones 2002) que luego de trabajar como curandero
en Sayán (al norte de Lima) llegó a la capital donde se desempeñó
con éxito. Don Juan no usaba alucinógenos. La saliva del paciente
sobre su mano le bastaba para ver en el interior del cuerpo el tipo de mal que
lo aquejaba.
No ha sido el único sanador del Norte
del Perú ajeno a lo que se consideraba la necesaria reencarnación
o continuidad de aquellas formas representadas en la iconografía mochica.
Los archivos de Trujillo nos entregan otros muchos ejemplos de curanderos cuyo
arte está más cerca de los místicos europeos que de las
raíces prehispánicas. Así como San Juan y San Jerónimo
le revelaron a Vázquez su capacidad milagrosa de diagnosticar y curar
las enfermedades, otros personajes del santoral católico obraron de igual
manera, con otros curanderos prescindiendo del cactus. Desde el momento de la
Conquista, o poco después, nace una variada gama de sanadores populares
que parten de tradiciones diferentes. Como otros procesos sociales nacidos el
siglo XVI, la curación se alimentó del proceso de intenso mestizaje
que lo rodeaba.
Un ejemplo moderno de la convivencia de las varias
formas del curanderismo, es el ejercicio de los "espiritistas". Elbia
Nimia Flores Moreno, de 74 años, cajamarquina, pero afincada en Trujillo,
practica su "arte". Son seis los espíritus que la acompañan
en su casa y se manifiestan cuando lo desean o cuando ella los llama. En cumplimiento
de sus tareas no toma alucinógenos, y sólo en ocasiones muy especiales
hace sesiones fuera de su casa. Cuando lo cree necesario va, sola, al cerro
Campana que domina Trujillo y allí dice realizar ceremonias fuera de
la vista de los demás, salvo que excepcionalmente lleve a uno o más
invitados. Doña Nimia nos aseguró con mucho énfasis que
trabaja cinco días a la semana, obviando martes y viernes, como queriendo
marcar la diferencia con los curanderos que toman San Pedro y sólo hacen
sesiones dichos días de la semana. Sus seis espíritus cobran treinta
soles por consulta (cinco soles cada uno) y Nimia nos dijo que ese dinero se
destina a los enfermos pobres del hospital de Trujillo.
Los curanderos que podríamos llamar ortodoxos
o tradicionales ven en los "espiritistas" un rival que crece en número
y audiencia, pero no están rotas las hostilidades. Nuestros informante
evitaron condenar su forma de curar, aunque hicieron ver que ellos no hacen
eso, y que su arte se asienta en la historia cultural del pueblo Moche.
Si nos guiamos por la documentación colonial,
el tema del amor perdido y las ansiedades por recobrarlo dominó un amplio
espacio en la vida de quienes consultaban con los maestros curanderos norteños.
Como la preocupación no ha perdido actualidad, nos interesó comparar
las estrategias de los maestros a través de la historia, y la reacción
de las personas involucradas en este conflicto.
Aunque con cierta reticencia y desconfianza inicial
ante nuestras preguntas, cuadernos de apuntes y grabadoras, los maestros Víctor
Bravo Cajusol (Túcume), Leoncio Carrión Flores "Omballec"
(Ascope), Gladys Castillo Mantilla (Trujillo), Elbia Nimia Flores Moreno (Trujillo),
Elbia María Muñoz Chávez (Trujillo), Abraham Pacheco (Salaverry-Trujillo)
y Orlando Vera Chozo (Túcume), accedieron generosamente a conversar con
nosotros sobre su arte y los métodos que utilizan para solucionar los
innumerables conflictos sentimentales de las personas que acuden a ellos en
busca de ayuda.
El texto que presentamos a continuación pretende ser un compendio que, en palabras de los mismos entrevistados, describa dicha práctica.
La variedad de hechizos de amor es tan amplia
como el número de curanderos, espiritistas y maleros que se dedican a
estas artes. Sin embargo, el "enwayanche" es el tipo de hechizo de
amor más solicitado por los pacientes. De acuerdo a nuestros entrevistados,
enwayanche es una palabra muy antigua, "que usaban los antepasados"
(O. Vera), y si bien ninguno supo darnos el significado exacto de esta palabra,
todos concordaron en que se refiere al mismo tipo de hechizo de amor, es decir,
al amarre, jalada, enredo o ajuste. Serafín Coronel-Molina nos ha sugerido
que quizá se trata de un préstamo del español "enganchar",
"cuya configuración en tercera persona del plural inclusivo (quechuizado)
sería inwanchanchik o inganchanchic" (comunicación personal).
Cuando una persona se enamora o se siente atraída
por otra y ésta no le hace caso, acude al curandero para que propicie
un acercamiento. El enwayanche consiste entonces en "unir el espíritu
de las personas" (E. Muñoz), y para ello el curandero debe, mediante
una ceremonia ritual, "jalar" el espíritu o la sombra de la
persona que su paciente desea "amarrar". En este ritual, como nos
explicó el maestro Leoncio Carrión, "Omballec", el curandero
"es como una araña, amarre y amarre". La curandera Gladys Castillo
asegura que las mujeres son quienes más le piden amarres.
Si bien hay una considerable demanda por este tipo de hechizo de amor, los curanderos no siempre pueden aceptar el trabajo que se les pide. Como afirma Orlando Vera "no porque Dios me haya dado el poder yo voy a hacer lo que me dé la gana en la tierra." La línea que separa los trabajos lícitos, de aquellos que no se deben aceptar está determinada por sus propias creencias y su "ética profesional" (G. Castillo).
"Hay cosas que Dios no permite. Por ejemplo hay esposos que son bien casados, y una persona equis viene con una foto o una prenda de la persona casada, para que los amarre. Pero si esa persona ya está casada, es una maldad sacarlo de su hogar" (E. Muñoz).
Seis de nuestros entrevistados dijeron que no
hacen amarres a personas casadas por la Iglesia, ya que esto significaría
ir contra Dios y, eventualmente, "el alma del curandero que va contra Dios
y la Iglesia se condena" (V. Bravo). Señalan también que,
al hacer "una maldad como es separar a un matrimonio", su poder de
curanderos se "negativiza" y ya no podrían curar (O. Vera).
Muy distinto es el caso de la señora Elbia Nimia Flores, espiritista,
quien explicó que los seis espíritus con los que trabaja "son
los que deciden si el amarre puede hacerse, eso no lo puedo decidir yo".
Para los curanderos, amarrar a una persona casada
por la Iglesia es el tipo de trabajo que sí hacen, por ejemplo, los espiritistas
y los llamados maleros o compactados, es decir, aquellos maestros que han hecho
un pacto con el diablo para obtener mayor poder. Estos maestros, dedicados a
hacer "daños", pueden ayudar incluso a que una persona casada
por la Iglesia amarre a otra persona. Pero, como explica la doña Gladys
Castillo, el alma de la persona que solicitó ese amarre "se la carga
el diablo".
Sin embargo, la línea entre lo permitido y lo prohibido no siempre es muy clara. Todos los entrevistados que dijeron no aceptar amarrar a una persona casada por la Iglesia aceptaron, en cambio, que el trabajo se puede hacer si la persona está casada solamente por civil o, si está casada por la Iglesia pero lleva mucho tiempo separada de su cónyuge. Inclusive podrían aconsejar a una persona para que deje a su esposo o esposa si el matrimonio no funciona. La flexibilidad en la decisión del curandero de aceptar casos tendría su sustento en que ellos creen que, después del respeto a Dios y los antepasados, deben preocuparse principalmente por conseguir el bienestar y la felicidad de su paciente.
"El maestro tiene que ver también si en realidad tú vas a ser feliz con esa persona, por más que hayas tomado la hostia sagrada porque tú sabes que de por medio está la felicidad, y si no es el hombre para ella, y su felicidad está por otro lado, uno tiene que decirle sepárate, no vas a ser feliz con ese hombre" (O. Vera).
En la frontera entre el bien y el mal también
se encuentran otros dos temas: la voluntad y el cariño verdadero. Debido
que el amarre se solicita principalmente cuando "hay uno que quiere y el
otro no quiere" (L. Carrión), el curandero se ve frente a la disyuntiva
de tener que ir en contra de la voluntad de la persona que va a ser amarrada.
Ese sería el motivo por el cual, como dice el maestro Víctor Bravo,
los curanderos hacen pocos amarres, ya que "el enredo viene casi por maldad,
lo hacen los maleros, nosotros no, porque trabajamos con Dios, con las imágenes,
y si haces una de esas cosas, Dios lo puede castigar." Sin embargo, si
se trata de ayudar a que se unan dos personas sin hacer ningún daño,
el trabajo puede ser realizado sin problema.
Para evitar dañar a alguna de las partes
involucradas en el amarre hay una serie de pasos que se siguen antes de hacer
el ritual del enwayanche. Primero, el paciente expone su caso al curandero,
y éste lo "suertea", es decir, le lee las cartas o le ve la
suerte en las conchas, para asegurarse de que quien solicita el amarre realmente
está interesado en la persona a la que desea amarrar y no se trata de
un simple capricho o un deseo meramente físico.
"Cuando un trabajo se ve que no se puede
hacer, soy tan humano que les digo. Que recurran a un trabajo de compacto, pero
yo les explico. En el amarre del compacto se hace rapidísimo. Pero yo
lo hago sólo cuando de verdad se quiere a esa otra persona" (A.
Pacheco).
Luego de comprobar que las intenciones del paciente que solicita el amarre son
buenas y sinceras, el maestro debe averiguar, también mediante los naipes
o las conchas, si su futura pareja lo va a querer y le conviene.
"Hay personas que son libres, tanto el hombre como la mujer. Entonces me dicen sabe que quiero casarme, tengo mi enamorada, pero ella no quiere, entonces yo veo en las cartas si es que se puede, le digo esto es lo que hay, esto te conviene, esto no te conviene. Entonces viene ya el tratamiento para hacer la jalada de amor" (E. Muñoz).
Para el maestro Omballec, la posibilidad de que
un enwayanche tenga éxito "a veces depende del carácter de
la que persona que se va a amarrar, que lo puede rechazar porque está
en contra de su voluntad, la persona puede sentirse incómoda, porque
está pensando: ¿por qué me atrae éste si yo nunca?".
En casos como estos, cuando el maestro ya ha empezado a amarrar a las personas
pero ve que no está funcionando, "lo desato, le explico [al paciente],
por esta y por esta cosa no va a resultar tu amarre, aunque hay cierto acercamiento,
pero no es un acercamiento normal, porque el carácter de la mujer está
que la defiende, pone trabas para que no se amarre." Omballec asegura que
sólo los maleros en sus mesas negras trabajan por encima de cualquier
carácter, "sin importarles que luego la pareja tenga muchos conflictos".
Una vez superados todos los posibles inconvenientes
y conseguida la aprobación del maestro curandero, se inicia el ritual
del enwayanche. Éste tiene muchas variantes, pues depende de las preferencias
y costumbres, usualmente aprendidas de generación en generación,
del curandero o curandera.
Sin embargo, hay una serie de elementos comunes
a todas las ceremonias de enwayanche de los curanderos entrevistados. Éstos
son: el uso de cabellos o uñas, fotografías y prendas de vestir.
También son válidos, si se pudiera conseguir, el semen o la sangre
menstrual de la persona que se desea amarrar. A esto se agrega el uso de yerbas
y perfumes, así como de oraciones y/o cantos del curandero que, en muchos
casos, son acompañados con la música de instrumentos que ellos
mismos o sus ayudantes o "alzadores" tocan al momento de la ceremonia
ritual. Tampoco falta en sus ceremonias el consumo de San Pedro. La única
excepción en el grupo de nuestros entrevistados fue el caso de la señora
Elbia Flores, quien dado que es espiritista, no tiene mesa ni usa yerbas, y
hace los amarres "con el espíritu de la persona que se quiere amarrar,
con su nombre, con su fotografía, con su ropa", y recibe la ayuda
de sus espíritus.
Usualmente los amarres se logran en dos sesiones,
pero esto también depende del maestro y del caso que se le presenta.
Necesariamente en la primera sesión, el curandero debe "limpiar"
al paciente:
"En la primera sesión a la persona que solicita el amarre le doy golpes leves con ramas por todo el cuerpo, para limpiarla, no vaya a ser que antes le hayan hecho un amarre o un daño. También le doy una serie de yerbas para que la persona se bañe luego con un preparado en base a esas yerbas; el asunto es quitarle todos los males a la persona antes de la sesión de amarre" (G. Castillo).
A continuación dejaremos que cuatro de nuestros entrevistados expliquen su particular modo de realizar la ceremonia de amarre o enwayanche.
Elbia Muñoz:
"Agarro mi chungana (sonaja), agarro la foto de él, la foto de ella,
el cabello que me han traído, las ropas, entonces comienzo a cantarle
a mi yerba, hay que encantarlos bien a los espíritus, bien citados, bien
nombrados, con buenos perfumes. Con mi perfume [voy] amarrando y atando con
mis oraciones, con mis cuentas (es decir, saber cómo agarrar las fotos
y los demás elementos para hacer la invocación) y con ciertas
imágenes que también trabajo. En el amor, por ejemplo, para ser
amado, Santa Elena y San Antonio, son los santos de los enamorados, de los esposos.
Ahí [en la mesa] también tiene que estar la diosa Venus, la diosa
Caliz, la diosa de la fortuna, que es una diosa hindú [se refiere a Kali,
diosa hindú de la muerte, de la que tiene una pequeña reproducción
en material plástico], y la Virgen de la Puerta."
"Con eso [se refiere a elementos como el cabello, la foto, la ropa interior]
comienzo a volar el espíritu, a cantar, a jalar el espíritu de
la persona y voy amarrando, voy atando y formo una figurita, ahí los
ato a los dos, y ahí los perfumes, después la persona, que está
jalando (la que pidió el amarre), tiene que coger [la figurita] y los
alzadores tienen que jalar tabaco con ramillete de novia, con cariñito,
con miel, con lima, jalan por la nariz, jalando el espíritu de ese caballero
y trenzando y amarrando ojo con ojo, pecho, con pecho, boca con boca, vientre
con vientre, bien amarrado."
Abraham Pacheco:
"En un trabajo de amarre, para que una persona vaya cediendo, vaya cayendo,
se agarra el líquido de la cananga, trabajada, desde luego, no virgen,
y se moja los cinco dedos. Cogería la cananga con la mano izquierda y
se mojaría los cinco dedos para que usted pueda hacer los secretos de
la izquierda a la derecha, bajándose la truza y diga así:
En el nombre de la mujer u hombre deseado
Quiero que tú me quieras
Quiero que tú me estimes
Quiero que tú me aprecies
Quiero que tú me admires
Quiero que tú me respetes
Y quiero que estés a mis ordenes para toda la vida
(Cada oración se dice al mismo tiempo que se frota la mano izquierda
sobre el bajo vientre en movimiento circular de izquierda a derecha. Se empieza
de la parte superior, más cerca al ombligo, con cada oración que
sigue se va bajando la mano, y la última oración se dice con la
mano sobre los genitales.)
"Estas oraciones se deben repetir cuatro veces, por los cuatro puntos cardinales.
Para que esa persona piense, piense y piense. Los trabajos de amarre sólo
los puedo hacer en cuarto menguante, es decir cuando [la luna] está en
cuarta, porque son cuatro puntos cardinales que tú puedes dominar. Pero
cuando sólo está en tres puntos cardinales no, porque están
padre, hijo y espíritu santo. El amarre tiene que ser en cuatro sesiones,
son cuatro puntos cardinales que tengo que doblar."
Víctor Bravo:
"Para hacer un enwayanche [el paciente debe traer] una prenda de la persona
que quiere amarrar y también cabellos, y le hago un seguro con la yerba.
El seguro consiste en que en un frasquito de cristal meto el cabello de la señorita
que usted quería, con la yerba. Entonces en la noche lo trabajo, llamo
la sombra de la señorita y la encierro allí. Si le hacía
el trabajo en la noche, al otro día la señorita estaba que se
desesperaba por usted. Pero el maestro tiene que trabajar un poco más
para dominar a un hombre, para hacerle enwayanche, porque en una mujer es más
sencillo. Es más fácil amarrar a una mujer que a un hombre, por
el carácter pues."
Omballec:
"Poco a poco se va trabajando ese amarre con ciertas cosas. Puede ser con
tela de colores, con fotos, muñecos, con oraciones. Un buen amarre es
con las telas de las arañas. Pero hay que ser bastante fuerte, hay que
conseguir las telas limpias de las arañas y se va orando y pidiendo la
unión, y que se den confianza entre ellos para que no se separen nunca,
se queden amarrados los dos."
Nuestros entrevistados también mencionaron
un modo más simple de "jalar" el espíritu de una persona
para amarrarla, mediante el uso del cigarro. Sin embargo, la mayoría
de ellos señaló que este tipo de amarre es un "daño"
que hacen los maleros y los espiritistas. Orlando Vera nos dijo al respecto:
"Hay personas que tienen poder para jalar con cigarro, sobre todo los maleros
y los compactados, te fuman, te fuman, mientan tu nombre, te jalan con cigarro,
hasta de día hacen eso. Hay mujeres que ven a un hombre que tiene plata
y piden al malero que los amarre para que ese hombre les dé plata. Y
por eso hay ejecutivos, gerentes, administradores, profesionales, que están
tranquilos en su oficina cuando de pronto ¡pun!, se alocan, piensan en
la mujer y dejan todo en el trabajo y se van tras la mujer."
Por su parte, Elbia Muñoz nos explicó
que la jalada con cigarro se hace cuando uno siente una atracción física
hacia otra persona con la que en realidad no se busca una relación en
serio. La persona que quiere "jalar" a quien desea, fuma el cigarro
insistentemente y echa el humo sobre la foto de la persona deseada varias veces,
mientras repite oraciones. Este tipo de amarres es para uniones momentáneas,
y no suelen durar mucho tiempo.
Un tipo de amarre que resulta muy controvertido
para los maestros y maestras curanderas es aquel que solicita una persona para
amarrar a otra del mismo sexo, es decir, un enwayanche homosexual. La explicación
que nos ofreció Omballec a su negativa de trabajar un amarre homosexual
resume bien las ideas que comparten la mayoría de sus colegas sobre este
tema: "No lo acepto esas cosas, no resultaría, del mismo sexo no
pega, esos trabajos los hace la mesa malera".
Más tolerante con el tema, Orlando Vera aseguró haber hecho ese tipo de amarres, aunque han sido muy pocos los casos que se le han presentado y solamente de homosexualidad masculina. La única condición que le pone a pacientes que piden ese tipo de trabajos es que realmente sientan cariño por la persona que quieren amarrar .
2. Los elementos para el ritual del enwayanche
En líneas anteriores, hay una serie de
elementos comunes utilizados por los curanderos en sus sesiones de amarre. Pero
es interesante notar que cada elemento tiene un significado determinado para
cada maestro o maestra. Para algunos, ciertos elementos, como el caso del perfume,
son indispensables, mientras para otros, esos mismos elementos no tienen mayor
eficacia a la hora del amarre.
Gladys Castillo asegura que los "buenos
olores" de los perfumes son muy importantes en las sesiones de amarre porque
"animan el ambiente e invitan al amor." Por su parte, Omballec explica
que, cuando no hay compatibilidad de caracteres entre el paciente y la persona
que quiere amarrar, es mejor no forzar la situación y dejar de lado el
amarre. La alternativa, dice el maestro, es que el paciente utilice "perfumes
esotéricos o de atracción magnética y aceites trabajados
[por el curandero] para echarse y acercarse normal, sin forzar las situaciones."
Elbia Muñoz hace la siguiente explicación
de la necesidad de usar perfume: "si va a una reunión o a una fiesta
y entra una dama bien perfumada con un buen perfume, atrae a toda la gente.
Para atraer el espíritu en los amarres es igualito, se usan [perfumes
como] el Ramillete de Novia, el Tabú, el Cariñito, el Jardín
de España y el Amor Salvaje"."
En una posición totalmente opuesta encontramos
a Abraham Pacheco, quien asegura que "no se puede jalar el espíritu
con perfume ni con agua florida, sino que debe ser con cananga porque tiene
mejor panorama por posición del espíritu y es el mejor complemento
para la cuestión de lo que es amarrar. La cananga es prácticamente
una cosa de sangre, y se le cita por la sangre de uno. Es muy eficaz, muy eficiente."
Si bien el agua de cananga es un producto que
se vende en cualquier farmacia o botica, para que haga el efecto deseado en
el amarre debe estar "trabajada" y no en estado virgen: "Más
que nada tengo que trabajarla de acuerdo a la posición de la mesa. Tengo
que ordenarla, metiendo el dedo índice [en el recipiente con cananga]
por donde nace el sol que va a brillar, así tengo que mostrar a la persona
que me pide el amarre, y volteo y todo lo malo que tenga la persona allí
se tendrá que quedar. Luego pongo el agua en la mesa."
Las yerbas, ya sea que provengan de la sierra
o la selva, sí son infaltables en las mesas de trabajo de todos los curanderos
entrevistados. Muchas de éstas tienen nombres que de por sí dan
una clara idea de su utilidad, mientras que otras llevan nombres en lenguas
nativas.
Entre las yerbas utilizadas por Víctor Bravo en el enwayanche se encuentran
la yerba del buen querer, la yerba del halago, la yerba de la señorita
y la yerba del caballero. "Hay una yerba más especial, que era más
segura, se llama el huacanqui. Es el más eficaz para eso, pero hay huacanqui
de hombre [para amarrar a un hombre] y huacanqui de mujer [para amarrar a una
mujer]." Orlando Vera también utiliza el huacanqui pero para "mejorar
la suerte de uno".
En realidad, el huacanqui tiene una antigua participación
en la vida mágica de los Andes. Hacia 1615, Guaman Poma de Ayala explicó
muy bien que no se trataba de un amuleto específico, sino que podía
ser: Un pájaro que se llama tunqui, espinas, agua, piedras, hojas de
árboles, colores (1980:276). Es decir que cualquiera de estos objetos,
con previa manipulación sobrenatural, podría ser un huacanqui
(Cabello 1951:288).
Para el enwayanche, Vera menciona yerbas de la
selva como la puzanga, la puzeta y el pili-pili. También usa el cebo
de bufeo (mamífero acuático). Mientras que las yerbas de la sierra
utilizadas son, al igual que el maestro Bravo, la yerba de los halagos, del
buen querer y la yerba de la simpatía. Sus yerbas preferidas para este
tipo de trabajos son las que crecen a los bordes de las lagunas de Huancabamba.
Al igual que el curandero Vera, doña Elbia
Muñoz prefiere usar la puzanga, "pero la legítima, porque
hay tanto charlatán que por el mercado les vende yeso o cal molida. Tiene
que ser la puzanga de la selva, o la que viene de la montaña de Colombia,
la que viene de la montaña Brasilera". Ella explica que la puzanga
"es una planta que forma unas yuquitas en diferentes formas en la raíz.
Se utiliza la yuca y también la hoja. Hay la puzanga hembra y macho,
hay también el piri-piri hembra y macho."
Además, doña Elbia menciona una
yerba llamada waymi-waymi, en cuya hoja "esta dibujada la parte genital
de la mujer". En el amarre también utiliza la yerba lengua de perro,
la yerba amanzadora, yerba trenzadora, y la yerba de la trencilla, algunas de
las cuales crecen alrededor de las lagunas Huancabamba.
La curandera Gladys Castillo coincide con doña
Elbia en el uso de la trencilla, a la que añade otras como la "yerba
de estrella, para que brille el amor; la yerba de cordero, para amansar al hombre".
De acuerdo a su práctica, quien solicita el amarre debe frotarse estas
yerbas por todo el cuerpo, "especialmente por las partes íntimas,
menos el poto."
Estas dos maestras curanderas concuerdan también
en que, durante la ceremonia de amarre, ellas y sus ayudantes o alzadores deben
colocar el tabaco o la coca mezclada con alcohol o alguna bebida alcohólica
en recipientes con forma de genitales (de hombre o mujer, según sea el
caso del amarre), y luego deben aspirar esa mezcla. Doña Elbia explica
que "para jalar al hombre uso un huaco en forma de pene, de ahí
se tabaquea, y también utilizo huacos eróticos, porque aunque
parezca mentira los huacos tienen su fuerza". Las velas que utiliza esta
curandera también tienen forma de genitales. Doña Gladys, en cambio,
utiliza velas normales, pero enfatiza que en la sesión "tiene que
haber de todas maneras fuego, en velas, para que haya amor ardiente."
La utilización de cabellos o, en su defecto,
uñas, fotografías y ropa de la persona a quien se quiere amarrar
también es compartido por todos nuestros entrevistados. Ellos explican
el uso del cabello como un modo de "dominar el pensamiento" de la
persona que el paciente desea. Mientras que la fotografía les sirve porque
a través de ella pueden invocar y "jalar" el alma de la persona.
En cuanto a las prendas, algunos curanderos como doña Elbia, prefieren
la ropa interior de la persona que se quiere amarrar: "es uno de mis secretos
para unir, y está relacionado a la parte del sexo, que es la parte más
importante. Incluso muchas veces yo acostumbro a que mis pacientes consigan
y me traigan el semen o la sangre menstrual (en una toalla higiénica,
por ejemplo) para que [el amarre] tenga más fuerza".
El maestro Orlando Vera asegura que es muy importante
usar "el polo o la prenda de la persona que se quiere porque ahí
está el humor del cuerpo y esa es una vía más rápida
para poder jalar a la persona". La misma opinión tiene Abraham Pacheco
quien, además, afirma que sólo se puede hacer un buen amarre con
la prenda con sudor o con el cabello, pero no con la fotografía: "a
mi manera, que tengo 40 años en esto, no es factible, porque no apega
el espíritu en la foto. En cambio en el sudario (prenda con sudor), o
en el pelo, es una cosa más directa."
Otro elemento infaltable en las ceremonias de
todos los maestros curanderos entrevistados es el canto o las oraciones que
ellos recitan a medida que realizan la ceremonia. Un tipo de oración,
aunque poco convencional, es la que utiliza don Abraham Pacheco, por ejemplo,
y que transcribimos párrafos atrás. Usualmente estas oraciones
o canciones son acompañadas por silbidos y por la música de instrumentos
como la chungana (sonaja), el rondín, el charango y la guitarra, que
bien pueden ser tocados por los ayudantes de los maestros y por los mismos maestros.
Doña Gladys explica que durante la ceremonia
dice oraciones como "yo te domino en estas buenas horas, con estas buenas
hierbas...", pero que en realidad las frases le salen "de la pura
inspiración a medida que avanza la sesión." Lo que es invariable
en la ceremonia es la fuerza con la que dice estas frases, pues "tienen
que ser dichas con rabia, con energía, porque sino no funciona."
Además, sus pacientes deben bailar al ritmo de la música y las
canciones que se entonan durante la ceremonia del amarre.
Por su parte, el maestro Omballec siempre tiene
en su mesa "huacos, piedras y cristales que representan a los cerros y
lagunas", y caracoles. También bastones y yerbas como la ruda y
la coca. Al igual que sus colegas, en las sesiones invoca "a los buenos
espíritus como San Cipriano, el espíritu de mi abuelo y de mi
abuela está acá. También invoco a los maestros, a Santos
Vera (padre de Orlando Vera) por ejemplo, que es un espíritu protector,
también a Don Florentino García."
Tanto los maestros curanderos como los maestros
maleros y los espiritistas recurren a los espíritus en sus sesiones,
ya sea para que los protejan (en el caso de los curanderos) o para que les den
poder y "rastreen" o espíen el alma de la persona que se quiere
amarrar (en el caso de maleros y espiritistas). Pero en el caso de los curanderos
siempre reciben la ayuda de espíritus familiares, es decir, sus padres,
abuelos, tíos y también los espíritus de otros curanderos
ya fallecidos a quienes ellos admiran o bien fueron quienes les enseñaron
las artes. De ahí que, por ejemplo, en nuestra investigación varios
de los curanderos y curanderas coincidieron en señalar que trabajan bajo
la protección y asistencia de los espíritus de Santos Vera y Florentino
García, dos maestros que, durante su vida, fueron muy solicitados en
el norte del Perú.
Otra costumbre de los curanderos es trabajar
con lagunas, cerros, el mar y huacas, a las que llaman "encantos",
pues aseguran que están "habitadas" por los espíritus
de "gentiles" (pobladores precolombinos) buenos y malos. En el caso
de los enwayanches o amarres, todos trabajan con lagunas, especialmente las
de Huancabamba, las Huaringas, y la laguna Negra.
El trabajo con encantos implica que el curandero
bien puede acudir a la orilla de la misma laguna y realizar allí la sesión
de amarre; pero más común es que hagan las sesiones en sus casas
y utilicen "prendas del encanto" en sus mesas a la hora de hacer la
ceremonia, tal como lo contó, líneas antes, Omballec. Estas prendas,
como aclara Víctor Bravo, "son objetos que el curandero trae de
la huaca y cuando uno quiere una protección de ese encanto lo invoca
[a través de la prenda] y lo protege".
Los maleros también acuden a los encantos, especialmente a las huacas (zonas con restos arqueológicos), para hacer los amarres. La diferencia se establece en el uso del ambiente y de los instrumentos; mientras los curanderos invocan o acuden a los encantos para recibir energía y protección, los maleros entierran algunas prendas de las personas que van a ser amarradas en esos lugares, "dañando el espíritu de quien es amarrado porque los maleros le entregan esa alma para que su conjuro tenga más fuerza" (G. Castillo).
3. Los límites del hechizo
Si bien el enwayanche o amarre es el hechizo
de amor más solicitado, los pacientes acuden a los maestros curanderos
con una amplia variedad de problemas amorosos que deben ser enfrentados de maneras
diferentes. Desde males físicos hasta afecciones del espíritu,
la sabiduría de los curanderos y curanderas parece inagotable en el campo
de los sentimientos humanos.
Uno de los hechizos de amor que los curanderos
suelen recomendar a quienes quieren dejar atrás la soledad y la soltería
es aquel que, mediante el uso de aceites o perfumes trabajados por el maestro,
incrementa el atractivo de sus pacientes ante los ojos del sexo opuesto. Este
tipo de hechizo no sólo no va contra la voluntad de una tercera persona,
sino que también puede ser la solución en caso que el paciente
haya pedido un amarre pero éste no haya funcionado, como lo detalló
párrafos atrás el curandero Omballec. Las personas que acuden
a él para que les dé algún aceite o perfume de atracción
magnética suelen tener muy baja autoestima y se sienten incapaces de
enamorar a nadie. Por eso, Omballec dice que, antes de darles el perfume o cualquier
otra cosa "se le tiene que conversar de una forma psicológica, el
perfume puede ayudar, pero es sobre todo el diálogo."
Pero si en cambio el curandero, luego de leerle
las cartas al paciente, ve que no se trata de un problema de autoestima sino
de un daño o hechizo negativo que algún otro curandero le ha hecho
("por encargo") para que le vaya mal en el amor, la solución
es "voltearle la suerte en el amor". Víctor Bravo nos dice
que cuando "a un hombre o a una señorita le hacen mal para que ella
ni así tenga quince enamorados se case, eso porque le han volteado su
suerte. Entonces tengo que hacerle una limpia, la levanto, la florezco, y en
dos o tres meses ya está casada."
Otro tipo de daño que los curanderos suelen ver en sus pacientes es el del amarre involuntario, es decir, cuando el espíritu de su cliente ha sido amarrado o jalado por otra persona a pesar de la resistencia del paciente. "El amarre es como un ovillo de hilo que te amarras y te amarras, así un maestro tiene que irte desamarrando de toda porquería, de todo mal, de toda calavera, de todo", dice Orlando Vera. Él les da a los pacientes que vienen a desamarrarse "unos remeditos, una yerbitas" para que ellos mismos vean quienes les han hecho el daño. El efecto de este "remedito" es que el paciente "ve como en una película" quien le ha hecho el amarre.
Orlando cuenta el caso de una mujer felizmente
casada que "de la noche a la mañana se alocó por otro hombre
y se fue con él y tenían relaciones. Pero ella misma se dio cuenta
de que ese hombre la había amarrado y vino para que yo la ayude, y la
señora volvió con su marido, y yo le hablé a su marido
para decirle que la cosa no era normal, que era un daño que le habían
hecho a su mujer. Ahora están bien juntos de nuevo."
También se da el caso en el que la persona
que ha sido amarrada contra su voluntad, pero no lo advierte sino su pareja,
y ésta acude al curandero para que desamarre a su esposo o esposa. Doña
Elbia Muñoz menciona el caso de una mujer casada y con dos hijos, cuyo
matrimonio iba muy bien, pero de la noche a la mañana su marido empezó
a maltratarla y eventualmente la dejó. Esta mujer acudió donde
la curandera y descubrieron que otra mujer, mediante el trabajo de una espiritista,
había amarrado a su marido. La solución fue trabajar en la mesa
de la curandera para desamarrar al marido:
"cogiendo la fotografía del hombre, la prenda del hombre que está
atado, nombrando por su fecha de nacimiento, por su signo, por su santo arcángel,
entonces se trabaja con el tabaco y las artes que se cogen, se comienza a desatar
desde la planta de los pies a la corona, desatando de todo secreto, de todo
amarre, de toda yerba, de todo perfume, de toda cuenta que le hayan hecho, se
lo desata y se lo limpia también a la señora. Pero eso se hace
sin que lo sepa el esposo. Se hace solamente a la esposa. Paulatinamente comenzó
el esposo a buscar a la esposa, por uno u otro motivo, hasta que su relación
se normalizó."
Sin embargo, el trabajo de desamarre puede complicarse
o incluso frustrarse si, como explicó doña Gladys Castillo, el
amarre anterior ha sido hecho por otro maestro o espiritista en otro idioma.
Para tener éxito, el desamarre tiene que hacerlo en el mismo idioma en
que se hizo el amarre. Según la curandera, hay maleros "que hacen
los amarres en lenguas nativas e incluso extranjeras para que otro curandero
no pueda desamarrar."
Orlando Vera asegura que uno mismo se puede dar cuenta de que lo han amarrado, sobre todo cuando uno se pregunta por qué de la noche a la mañana siente atracción hacia una persona que antes no le interesaba. "El problema es que mucha gente no se da cuenta de esto porque no creen, no entran en el mundo espiritual.
Hay personas que si supieran algo, si sus abuelitas
les contaran sobre esto, sabrían que hasta con un ají se pueden
limpiar, un ají rocoto. En esto así como hay amarres hay desamarres"
En otras ocasiones, las dificultades amorosas
de los que acuden a los maestros curanderos tienen su base en un trastorno físico
que afecta tanto a hombres como a mujeres: la impotencia sexual. De acuerdo
a nuestros entrevistados la solución se encuentra en "preparados"
o bebidas que ellos hacen en base a plantas como el waymi-waymi, y el wanarpo
hembra o macho, según el paciente. Aunque algunos curanderos, como doña
Elbia Muñoz van más allá de las yerbas: "también
uso el "ushun" que le llaman, viene de la montaña, y es un
huesito en el pene del oso. Ese huesito se mete en una botella con vino, con
polen, con miel de abeja, con maca rallada, y es una gran cosa para la fortaleza,
para la potencia del hombre."
Otra rama de los hechizos de amor, aunque puede
parecer contraria al amor en sí, es la que se aplica cuando el paciente
quiere hacer a un lado los sentimientos amorosos, ya sea porque acabó
una relación y quiere olvidar a su pareja, o porque hay un insistente
pretendiente al que quiere alejar.
Para el primer caso, el maestro Abraham Pacheco
tiene que "limpiar"a la persona que quiere olvidar a alguien. "Ahí
entra la yerba del aire, la yerba del sur, la congona, la congonía, la
yerba del olvido, todito tiene que molerse. Eso se trabaja nomás, lo
limpias a la persona, se limpia la cabeza, no el cuerpo, porque ¿dónde
está el pensamiento?: en la cabeza, luego menciona el nombre que quiere
olvidar y ya está."
La "soplada", en cambio, es para alejar
a una persona que molesta o a un pretendiente que uno no desea. En este caso,
de acuerdo a doña Elbia, "basta con el nombre y con un arte que
es de la mesa, y sin foto, pero cuando hay foto es mejor. Se agarra una hora
precisa, la hora en la que el sol se está ocultando es muy buena hora
para corretear a los contrarios. El sol se va ocultando y así se va llevando
todas las cosas negativas, desde luego con una pata de venado, con un polvo
bueno, esos polvos vienen de Colombia".
Pero también hay casos de amores problemáticos
que cruzan la barrera entre la vida y la muerte. El maestro Omballec ha tenido
que resolver situaciones en las que una viuda se ha visto acosada por el espíritu
de su recientemente fallecido marido.
"Hay que hacerle una ceremonia y tranzar con el espíritu, hacerle entender que ya murió, que ella [la esposa] está libre, él no tiene porque estar acá junto a ella, hasta que se vuelvan a reunir allá, otra vez, pero acá ya no. Ese es el fanatismo por la imperfección que tiene el ser humano, el fanatismo de estar apegado a algo que lo atrae, eso no es normal. Lo normal es esperar arriba. Los espíritus no siempre aceptan que ya han muerto porque son espíritus imperfectos, somos imperfectos, no queremos entender lo que debemos entender. Si muchas veces cuando morimos, y no nos lavan nuestras ropas, nuestras mugres que dejamos, nos quedamos pegados ahí. Hay que lavar la ropa, la familia tiene que lavar para que no haya apego del muerto y venga a penar. Se lava a los cinco días [del fallecimiento], todas las cosas de ellos, sus herramientas, todo se cambia de sitio, se pintan las paredes. Hasta por un clavo a veces penan."
Por su parte, el maestro Víctor Bravo
ha solucionado casos en los que el espíritu de un gentil que "habita"
en una huaca se enamora de una persona que ha caminado por ese lugar. "El
espíritu se le presenta muy atractivo a la persona y le dice quiero casarme
contigo, te voy a llevar a donde vivo, y así le siguen noche y día.
Usted tiene que hacerse curar por un maestro, porque si no se lo lleva a su
encanto y ya no sale usted, se queda." Este tipo de casos, sin embargo,
ya no es tan frecuente, porque como el mismo Bravo reconoce, lugares como las
huacas o el cerro Purgatorio, en Túcume, que tenían fama de "comerse"
mucha gente, ahora están rodeados de poblaciones y ya no son peligrosos.
De vuelto en el mundo de los vivos, otro hechizo
que tiene una gran demanda es aquel para recuperar un amor que se ha alejado.
Omballec explica que primero debe ver en las cartas los motivos por los cuales
la pareja de su paciente se ha alejado, pues si hay una razón de peso,
él no puede intervenir "porque tiene sus buenos motivos para no
volver". En cambio, si la separación ha ocurrido por un malentendido,
el retorno del ser amado se puede lograr "con oraciones, porque ahí
hay algo ya entre ellos, han dejado las brasas apagadas nada más para
soplarlas y que se vuelvan a prender, para que haya esa unión de vuelta.
Algunos ofrecen digamos a las 24 horas traer de vuelta al ser querido, pero
tarda una semana o dos".
Puede ocurrir también que una pareja ya
establecida y segura de sus sentimientos, aunque no necesariamente casada por
la Iglesia, acuda a los curanderos para que éstos realicen una ceremonia
de "amor eterno", que los mismos maestros describen como una suerte
de matrimonio frente a la mesa del curandero.
El procedimiento que sigue Orlando Vera en esta
situación es "asegurarlos para que ninguna fuerza negativa pueda
interferir entre ellos, claro, si los dos están de acuerdo, si los dos
se quieren, se les hace un florecimiento, como un seguro, como un respaldo,
para que no haya interferencia negativa."
De modo similar, la maestra Elbia Muñoz
"limpia" a la pareja en primer lugar y, luego, " con las yerbas
que tengo enfrascadas en perfumes ahí trenzo sus espíritus, para
que se quieran, y ellos se van abrazando, se van besando, y el alzador está
con su rondín, rondiniando, y nosotros estamos con perfumes para que
se quieran, que se amen más."
Víctor Bravo aclara que estos casos son
muy distintos del enwayanche, pues aquí hay una voluntad de ambas partes
de unirse de por vida. Sin embargo, él asegura que el secreto para conseguir
esta unión eterna, también mediante el uso de yerbas y oraciones,
sólo puede hacerlo la mujer, "el hombre no puede hacerlo, ella tiene
que hacer el secreto para los dos."
Sea cual sea el hechizo de amor que se le pida
al maestro curandero, el paciente debe, en primer lugar y sobre todo, tener
fe en el curandero y su arte. Por eso, Gladys Castillo subraya que "la
persona que solicita un amarre o cualquier trabajo tiene que confiar en mi,
porque sino no se puede hacer el trabajo."
Abraham Pacheco señala que "si usted no cree, yo quiero un milésimo
de fe, nada más, y con eso yo me contento, ya es suficiente para mí.
Pero si ese milésimo no es nada, no puedo hacer nada."
Aunque todas las maestras y maestros curanderos
entrevistados tienen una reconocida experiencia lidiando con las complicaciones
y dificultades del amor, la mayoría de ellos no duda en reconocer que
si bien su poder y sus artes pueden solucionar ciertos aspectos relacionados
a los sentimientos de sus pacientes, nunca podrían crear amor donde no
lo hay. De ahí que casi todos reconozcan que el enwayanche o amarre,
tiene una duración limitada, pues se trata de una unión artificial.
La vigencia de este sentimiento creado mediante un hechizo puede depender tanto
de la persona "amarrada", como del mismo paciente que pidió
el amarre.
Un amarre "bien hecho" como lo llama
doña Elbia Muñoz, "puede durar hasta diez años, pero
a veces he tenido pacientes que yo les he amarrado y luego de un tiempo han
venido porque están interesados en otras personas y me piden que los
desate". Ante tales situaciones, ella acepta que el amarre genera una situación
artificial, pero asegura que, gracias al arte del curandero "puede nacer
el amor, es como un encantamiento ahí".
Abraham Pacheco también cree que el poder del maestro y su mesa pueden
hacer florecer el amor entre dos personas. Aunque enfatiza que hay una diferencia
importante de duración entre un amarre hecho por un maestro "compactado"
y uno realizado por un curandero: "Un trabajo de amarre en compacto dura
un año, y un trabajo de un curandero dura para toda la vida, porque [el
trabajo del compacto] no es un llamado de dios, no es por amor, es para divertirse,
por deseo, es lo que vulgarmente se dice un chape."
Por su parte, Víctor Bravo enfatiza que
mediante el enwayanche se puede conseguir cariño, pero no el amor. Y
esta sería la razón por la cual éste tipo de hechizo sólo
puede durar "unos diez años, y de ahí vienen los problemas
entre ambos, ¿no ve que es un amor contra la fuerza?".
Para Doña Gladys Castillo, muy solicitada
en Trujillo para hechizos de amor, la situación es mucho más clara:
"Un amarre es de cuerpo y pensamiento, pero no de corazón. No se
puede hacer que una persona se enamore de otra".
Omballec tampoco acepta que el enwayanche pueda
crear un amor real entre dos personas, y más bien advierte que, debido
a la artificialidad del sentimiento que se consigue mediante ese hechizo, cada
cierto tiempo "tiene que volverse a poner cositas frescas a ese amarre.
Los hilos frescos, perfumes frescos, porque todo va desvaneciéndose y
ahí empieza a acabarse."
Un amarre, de acuerdo a Omballec, puede durar
cinco o seis años, pero llega un momento en que "el hombre llega
a comprender también que ha sido un error el haber amarrado a la chica,
un capricho nada más, y tiene que desatarse y cada uno tome sus libres
caminos".
La sentimientos forzados por el amarre "pueden crear enemistades entre
ellos mismos [la pareja amarrada], porque no hay una comprensión desde
un inicio, porque no ha sido algo normal que haya nacido, es a la fuerza."
El maestro asegura que lo mejor, y lo que recomienda a sus pacientes, es que
"se enamoren y listo, sin la intervención del amarre."
Orlando Vera explica que, dado que un amarre
es sólo un hechizo, aunque él trabaje para hacer un amarre para
toda la vida, otro curandero o malero lo puede desamarrar, o peor aun, "se
puede ir desamarrando con el tiempo."
Para Orlando el amarre crea un "romance artificial, porque la mujer o el hombre que viene a amarrar a otra persona está con la conciencia de que lo tiene a la fuerza. No es bueno hacer amarres. Preferible que venga por su propio peso el amor, que te cases y que sea por amor. Si es con amarre, eres feliz por un tiempo, lo vas a tener hasta que tú te canses, lo vas a tener bajo la suela de tu zapato bien dominado, ¿pero después?"
4. A manera de conclusiones
¿Existe alguna relación entre la
representación "realista" de la cerámica mochica y los
desarrollos históricos posteriores? ¿Cuáles son las bases
para que el curanderismo actual reclame ese ilustre precedente, que dejó
de existir antes del 700 d.C? ¿Por qué el desarrollo de la iconografía
llamada erótica o sexual tiene un exponente tan expresivo en la misma
cerámica, y no se muestra de la misma forma en otras culturas?
El explosivo desarrollo de la arqueología
de la costa norteña a partir de fines de los ochenta puso en evidencia
estas y otras preguntas, que siendo conocidas siguen sin respuesta convincente.
Lo interesante es que la fusión de los
problemas mencionados hicieron del curandero moderno la persona indicada para
atender los males de la región y entre ellos el eterno problema de conseguir
el amor de la persona elegida.
No es tarea fácil. Los curanderos son
muy claros al expresar sus reservas: no harán enwayanches en contra de
la Santa Madre Iglesia, advertirán que el hechizo tiene un plazo determinado,
que se romperá al cumplir sus días, que finalmente los amores
conseguidos de manera natural (sin hechizos) son siempre mejores.
Las prevenciones del maestro o espiritista nos
dicen que lo que se está haciendo es quebrar la voluntad de la persona
deseada y forzar la aparición de un poderoso y a la vez ficticio sentimiento,
que no puede ser desechado. Esta conciencia de la trasgresión en la que
incurre nos explica las razones por las que siempre se menciona al "malero"
como una alternativa eficaz pero perversa y menos duradera del arte de los maestros.
El "malero" no tomará en cuenta que uno o los dos miembros
de la nueva pareja estaba ya casado por la Iglesia. Sus artes son siempre efímeras,
aunque pueden desarrollarse en muy corto tiempo.
Las técnicas mencionadas suelen indicarnos
los pasos de un procedimiento que tiene una lógica bien estructurada.
En primer lugar, el paciente habla de su problema dando todos los detalles que
rodean su pedido. El segundo paso está dedicado a reforzar su autoestima
y hacerle sentir sus propias posibilidades: los perfumes, la conversación
y el ritual conocido como "florecimiento" tienen un rol importante
en esta fase.
El último paso se dedica a la persona
que necesita el cliente, se hacen entonces las invocaciones y los gestos mágicos
(con las prendas o fotografías del ser amado) para atraer y dominarla.
Nótese este énfasis en la quiebra de la voluntad de quien pasa
a ser víctima del encantamiento.
Los plazos también son indicativos de las circunstancias previstas. Al
darle una duración de varios años o bien la capacidad de ser renovados,
los hechizos pueden lograr que la pareja adquiera solidez "por costumbre",
y que la magia ya no sea necesaria para consolidarla.
Las razones de María Francisca en el siglo
XVIII no se diferencian de las que podrían esgrimir muchas norteñas
del siglo XXI. Se recurre al más allá para que las quieran los
hombres de respeto. El maltrato hogareño a que vivía sometida
la india de Calipuy, la hizo desear otro marido, al que sólo podía
llegar por intervención divina. Las prácticas para lograrlo no
son ahora muy diferentes. A las técnicas precolombinas se han sumado
otras que llegaron desde Europa, y que se rehacen al calor de la nueva tierra
y las nuevas gentes.
El mensaje final de los maestros modernos resulta crítico de su propia ciencia: es mejor que el amor venga por su propio peso. De cierta forma, el curandero está cuidando sus espaldas. En el intrincado negocio de las pasiones, al torcer la voluntad de una tercera persona, su actividad se torna demasiado cercana a la de los "maleros". De instrumento de la voluntad de Dios, se deslizaría, casi sin advertirlo, a los brazos del demonio, entregando un alma inerme a los deseos de su cliente. Al hacerlo formalizaría el pacto sin remisión que condena su alma, y al revés de su víctima, que despertará de todas maneras en el plazo fijado, para el curandero ya no habría forma de volver atrás.
DOCUMENTOS
Archivo Arquidiocesano de Trujillo
Sección Idolatrías. Año 1771.
Autos seguidos contra María Francisca, india de Calipuy, acusada de hechicería.
Expediente DD-1-4.
Tuve acceso al documento gracias a Laura Larco.
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