Abril 29, 2009
(Crónica, día 4)
Los cuerpos no se tocan. Los que no usamos tapabocas, somos mantenidos a una distancia aún más grande, nadie habla con nosotros, solo hay amables movimientos de hombros. El niño tose incómodo en su tapabocas azul, su joven madre lo regaña y le indica el procedimiento para toser frente a los otros, repite los gestos que se ven en la televisión. Los ojos del niño se cruzan con los míos y en un momento, tan efímero como eterno, suscribimos un pacto: esto no sirve de nada, estamos tan jodidos como juntos. Una lágrima se me atora en la garganta y finjo atender las nuevas marcas de jabones relajantes. Dos pasillos adelante, mientras miro opciones para una nueva funda para mi Ipod, una pareja de viejos, con tapabocas rígidos, esos que usan los pintores o los operarios de maquinaria, escogen, con calma pero con aprensión, unos videos; discuten entre ellos, apenas se entienden. El se quita el tapabocas rígido y le dice a ella: estos están buenos para Mago y mira, mejor nos llevamos este paquete que está bueno para nosotros, ahora que vamos a estar encerrados. Ella no responde, sus hombros están derramados sobre su cuerpo tan viejo como asustado.
En el día cuatro, hoy nos avisaron que podíamos ir a trabajar a casa, que sin alumnos en la universidad, lo mismo daba estar ahí que agilizar procesos de fin de semestre desde nuestras computadoras. Nadie se alegró, no hubo festividad, de hecho, más de cuatro tardamos mucho más de media hora en cargar morrales y portafolios; en el proceso, salí varias veces de mi oficina para escuchar el mismo chiste, contado mil veces y pese a todo, me reí: ¿qué le dijo el DF a la influenza?, Mira como estoy temblando!!! No pude dejar de reírme, triste risa, frente a la tragedia que se abate sobre el país: sobre el virus, un temblor. Un aviso más, para los no creyentes y para los que buscan una explicación, de que el fin de los tiempos se avecina.
No hay cines, no hay cafés, no hay restaurantes, todos somos sospechosos de ser sospechosos. Hoy, en el supermercado, tosí, el aire acondicionado al calor de abril, era mucho para mí, todos me miraron con gesto preocupado, tosí sobre mi codo (aprendí rápido de la televisión) y sin querer toqué mi frente para verificar mi temperatura. Quedé devastada ante la entrevista del entrevistador estrella del país al jefe de gobierno de la Ciudad de México: ¿lo culpó de las pérdidas económicas por el cierre de espectáculos y bares y restaurantes? No estábamos preparados para una contingencia de esta naturaleza y pese a ello, seguimos en campaña política. La ciudad era un cuadro de película, una escena perfecta de “exterminio”. Se habla ya de los “arraigados sanitarios”. Separados del resto, los enfermos (fantasmagóricos) son confinados a su soledad. Mis amigos periodistas sospechan, no han visto un muerto: mirar para creer. Otros amigos han emprendido un exilio temporal, van a los pueblos, sacan a sus bebés de la ciudad; otros, aguardan con las cortinas cerradas, mirando la televisión.
A lo largo del día, recibo correos, preocupados los menos (algunos amigos de Barcelona, Argentina con su dengue y de Colombia, curtidos de tanto estado emergencia), festivos los más: "identificado el causante de la gripa porcina”! Que muestra a un niñito dando un beso a un puerco. Chistes y claro, la simpática “Cumbia de la influenza”, que rápidamente circuló por YouTube: todos estaremos muertos cuando llegue Indiana Jones. El humor mexicano, ese que dice que nos burlamos de la muerte, nos mantiene creativos: ¿Cuál es la diferencia entre una ePRIdemia y una PANdemia? Que la PANdemia es una ePRIdemia salida de control, dice el caricaturista Jabaz y no puedo sino reír a carcajadas, aunque en el intento se me descompone la quijada.
Hay silencio. Mis vecinos están callados. Pero los niños hacen ruido, se nota que todos los abuelos están activos, cuidando a los nenes que no van a la escuela. El carro de la basura pasó tarde, no se oyó su campana. El miedo atenúa el sonido y todos andamos de puntitas, como para no despertar o provocar al virus.
En la farmacia que está cerca de mi casa, se acabaron los tapabocas y no hay geles antibacterianos. Dos señoras compraron 4 distintos antivirales y una dotación completa de vitaminas. Me miraron con desprecio y con sospecha porque no usaba cubreboca. No hay disponibles ya, se agotaron.
Lo que no se agota es el miedo, uno gaseoso, profundo, vivo, que circula por la sangre y se asoma por los poros. Los manuales se desgastan y al final de día, largo, terrible, solitario, cada uno vuelve a la televisión, amuleto chamánico, oráculo providencial, para confortar la incertidumbre. No sabemos cuántos casos van, ni cómo va la curva, solo sabemos que juntarnos es muy peligroso. El cuerpo del otro, es mi enemigo. Miedo, miedo, miedo.
Abril 30, 2009
(Crónica, día 5)
Son días complejos, caóticos. Se desborda la imaginación y la pequeña línea entre prevención y psicosis se emborrona. Las cifras no ayudan, vamos de 1995 casos probados a solo 26; de 252 muertos a 81 decesos, según sea la fuente. Se instala el pensamiento mágico que le disputa al saber científico la explicación de lo que sucede: es el fin del mundo, la epidemia es un aviso. Los muchos acuden a sus centros de culto, a sus propios amuletos protectores: escapularios, imágenes de la Virgen de Guadalupe, oraciones a la Santa Muerte, la Niña Blanca que expande su culto en todo el territorio nacional; hay que tener buenos aliados. Escasean los tapabocas y los antivirales, en los super mercados es posible observar “carritos” atiborrados de mercancías absurdas. La calle es un desfile de fantasmas atemorizados con sus tapabocas azules y blancos y su silencio a cuestas. Pero quizás, lo más preocupante de todas las derivas de la influenza, sea el miedo, ese miedo gaseoso y profundo, que nos aleja de los otros y mina la confianza básica en la sociedad.
Y no es que el miedo sea una experiencia nueva para los mexicanos. Venimos ya de un viaje al centro del terror, con los ejecutados, encajuelados, encobijados y, especialmente los decapitados por el narco. Los medios de comunicación cambian su agenda. Del “riesgo-país”, medido en el número de muertos por el narcotráfico, al “riesgo-país”, contabilizado en la pérdida de céntimas cotidianas del peso y las pérdidas por miles en los empleos, pasamos hoy a la medida en “puntos-pánico” que desata la influenza. En este territorio, todos somos vulnerables, no hay garantía de inmunidad. Además, todos somos sospechosos de ser sospechosos.
Se nos dice que tendremos que aprender a convivir con el virus durante mucho tiempo, pero no entendemos bien que significa esto: si asumir que viviremos en un estado de alerta permanente o, que tendremos la capacidad para contrarrestar sus efectos mortales y nuestra ciencia moderna será capaz de reducir el virus a uno inocuo, que se sume a la larga lista de los nuevos riesgos globales. La incertidumbre es la hermana mayor del miedo. El miedo opera de dos formas básicas. Primero, se experimenta individualmente, son los individuos los portadores del miedo, pero esta experiencia requiere de una colectivo, de un grupo que lo sustente, que le de forma y cuerpo, que sirva de plataforma compartida y compartible. Y en segundo lugar, el miedo va rápidamente de la causa que lo provoca, a la búsqueda de un “objeto de atribución”, una persona, un grupo de personas, una fuerza. Sucede entonces que frente a este miedo, el colectivo que sirve de soporte está formado por millones de personas, frente a esta fuerza numérica, de poco valen los principios racionales, el miedo es una epidemia más rápida y más letal que el virus. Sucede también, que el virus (para colmo, de origen porcino, poco noble), es invisible, por lo que el miedo-pánico no se atribuye a su actuación, el “objeto de atribución”, es el cuerpo del otro, de la otra. Curiosa y explosiva mezcla: necesito a los otros, para sostener mis miedos y al mismo tiempo, son esos otros, los depositarios de mis miedos. Una ecuación esquizofrénica.
Mayo 1, 2009
(Crónica, día 8)
“Algunos cometieron la ingratitud de morirse”, fue el título que utilicé hace ya casi 17 años para analizar la relación del humor con las catástrofes, en concreto, se trataba de mi análisis en torno a las consecuencias sociales de las explosiones provocadas por gasolina en el sistema de drenaje en Guadalajara: "¡si quiere volar, vuele con Pemex!, ¡¿Tormenta del desierto?! ¡Nooo, Pemex! decían gigantescos letreros, hechos apresuradamente sobre lo que quedaba de muros en la zona cero del acontecimiento y, pese a la desolación, al silencio, a la destrucción, la risa brotaba como si tratara de una fiesta. ¿Por qué los chilangos están tan enojados con los tapatíos? Pues porque no los invitaron a su “reventón” y así, a golpe de chistes y “puntadas”, la gente parecía exorcizar el miedo, la indignación, la sorpresa; pequeña revancha cotidiana contra lo inefable. Humor y tragedia, parecen ser un tic tan indisociable como necesario. El chiste es conjuro y amuleto, pone en evidencia la fragilidad, por exageración o comparación logra producir relaciones ahí donde—antes del chiste—no las había; el chiste ironiza sobre rasgos culturales, físicos, situaciones, no tiene límite y en su enorme creatividad, señala y condensa (como pocos lenguajes) los núcleos de preocupación social. El chiste elude y enfrenta, oculta y exagera, esa capacidad bifronte del chiste, es lo que lo vuelve un instrumento tan útil en tiempos de desventuras.
En torno a la influenza, esta influenza, han circulado ya chistes, videos, canciones originales, canciones intervenidas (y no faltará el creativo que ponga nuevamente a Hitler—en el papel de Ebrard—a regañar funcionarios); algunos más creativos y decididamente inteligentes, otros más burdos, otros, deslucidos, constituyen ya todo un arsenal de “amuletos sociales” para exorcizar demonios.
Está el nuevo billete de 20 pesos, con un Juárez cubierto con tapaboca y vuelvo a preguntarme, por qué el dinero es un símbolo tan socorrido para ensayar el humor. Recordarán, seguramente, el flamante billete de ¡25 pesos! del banco de Pejelandia (en alusión a López Obrador) o por ejemplo, el simpático billete de 90 mil pesos del Banco privado del Gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, mejor conocido como el “Gober piadoso”, que aludía al importante donativo para la construcción de un santuario católico con dineros públicos. Y podríamos ir más atrás. Pero lo relevante de esta imagen, la del Juárez embozado, es que nos coloca de frente a lo considerado valioso.
Ya lo dijo hace tiempo Jorge Portilla en su imprescindible libro Fenomenología del relajo, el relajo (la carrilla, la broma) requiere de la suspensión de la seriedad frente a un valor propuesto a un grupo de personas, a una comunidad. Y advertía Portilla, que esta degradación del valor, no puede realizarse en soledad, se requiere del grupo, de la sociedad, para que esto tenga un sentido y un efecto articulador. Hay una comunidad de “relajientos” que se vinculan por el chiste.
En tiempos de crisis, aumenta el humor y no se trata, me parece, o al menos no solamente, de nuestro “carácter nacional”.
En el caso de México, venimos de fuertes desgarros en el tejido social, si nos quejamos siempre de nuestra desarticulación, de ausencia de “comunidad política”, que se vive como un horizonte muy lejano, el chiste opera como especie de cemento social, un “resistol” (iba a decir "kola loca" pero me arrepentí), que pega momentáneamente lo despegado.
Hay en el chiste un mensaje, una moraleja, un síntoma, que no es posible, ni bueno desestimar. Es más o menos claro, que frente a la incertidumbre, la sospecha, el miedo, todos experimentamos la necesidad de un “horizonte afuera”, que marca la diferencia entre el silencio devastador de la soledad y el festivo encuentro con otros iguales a mí, aún en medio del temor. “Cría puercos y te sacarán los mocos”, “Moco por moco, pastilla por pastilla”. Y como bien dice Gregorio, un generoso lector de este blog, aunque lo digamos en voz baja, se expande la sensación de que nuestras vidas cambiaran para siempre por temor al contagio.
Mayo 4, 2009
(Crónica, día 10)
En el país, según datos oficiales, hay 36 mil soldados desplegados, es decir, fuera de sus cuarteles, ocupados se nos informa en el combate al narcotráfico. Ello no parece significar un proceso de reducción, ni de “estabilización” de la violencia vinculada al narco. Hoy, mientras las cifras de la OMS subían a 898 contagiados por la influenza A (el nombre si importa) en 18 países y las del país, en ese reagueton de números y categorías que nomás no acaban de cuadrar, se informa de 22 muertos, ¿confirmados?, ¿sospechosos? ¿en total? qué se hizo de los 282 muertos, que se convirtieron en 81, de la noche a la mañana? ¿Se arrepintieron de estar muertos?
En cambio los muertos del narco, están bien muertos, de muerte inexorable e irreversible, sin lugar a dudas. Una bala calibre 9 mm, por ejemplo, es un “agente patógeno” bastante letal y se les encuentra con facilidad, no hay que andar mandando muestras a Atlanta, ni comprobando si el muerto es sospechoso o confirmado, los muertos del narco, se elevan a la categoría de dato incuestionable.
Y sin embargo, con el libro de Roberto Saviano, Gomorra, bajo el brazo, con el que subo y bajo escaleras, voy de la computadora a la cocina, al teléfono, pienso en voz alta que pese a esta contundencia de mortandad, los cuerpos del narco, los cadáveres arrojados a la estadística cotidiana del horror, permanecen en una condición fantasmagórica, eludible, tolerable porque al fin y al cabo, se nos dice, se trata de “mafiosos”, mientras que los caídos en esta ya denominada pandemia, adquieren un espesor y una dimensión, que los vuelve pesados, pesada evidencia de nuestra fragilidad. Los muertos del narco, suelen tener apodos, es fácil reconocerlos y olvidarlos; los muertos por el “agente A”, son “femeninos”, “masculinos”, jóvenes o viejos, vocabulario médico que disciplina nuestra comprensión sobre la muerte. Y vuelvo a lo que me ha traído ocupada hace rato: la diferencia entre los muertos “buenos” y los muertos “malos” y el conjunto de dispositivos culturales que “confabulan” para convencernos de que es posible, sin dudar, establecer esta diferencia.
Por ejemplo, mientras conversaba con una amiga, sobre su declarada incapacidad para intuir o imaginar el impacto que este virus mutado tendrá en nuestras vidas, no hacía otra cosa que pensar en la calidad mortuoria de los siete ejecutados que aparecieron hoy en Guerrero, en bolsas de plástico negro, despedazados, frente a la particularidad de los tres nuevos cadáveres derivados de la epidemia. Toda la gente que con la que conversé hoy, virtual y presencialmente, aludió a los tres de la influenza, ninguno mencionó a los siete del estado de Guerrero y los otros tantos que se acumularon en el fin de semana (porque parece que el narco, miedo al contagio, no tiene).
Saviano, nos ofrece en su libro-crónica-sociología del presente, sobre la camorra italiana, es decir la mafia napolitana, una espléndida pieza para asomarnos a un mundo cuya fortaleza ha sido justamente, la de construirse una condición fantasmagórica, inasible.
La relatividad de nuestros sistemas de percepción es un asunto muy complejo. Por lo pronto, considero que la condición “espesa” de los muertos y de los contagiados por la influenza, es su enorme capacidad para “hablarnos al oído”, para transformarse en espejos de una realidad que no podemos imaginar, como mi amiga D, pero que intuimos. Su anonimato deviene brutal visibilidad de lo que tememos con más fobia: la empatía por el sufriente, que no es otra cosa que ponerse en los zapatos de otro/otra, a través de la identificación con los sentimientos o experiencias del otro.Una propagación de la epidemia, se dijo hoy, puede darse en las cárceles, tierra fértil por el hacinamiento y las condiciones. Otra vez, el tema fue despachado rapidito, no hay empatía políticamente correcta con respecto a los “malos”.
Curiosa y relativa capacidad de las catástrofes, vienen a ratificar que poco y lento es lo que cambia en nuestros saberes y sentires de fondo. Como bien dice Janny, la amable lectora cubana en su inteligente comentario, estamos aprendiendo a escribir páginas importantes sobre nuestra realidad y nuestras vidas. Lo invisible de este virus, ha vuelto visibles cosas fundamentales que ya estaban ahí.
Mayo 4, 2009
(Crónica, día 11)
Lo que más me impacta es imaginar el nuevo mapa de nuestras relaciones sociales. Distintos funcionarios, en los distintos “manuales” que formarán parte de nuestra venidera cotidianidad, señalan que la distancia prudente para tratar-negociar-querer-saludar-interactuar con el otro, con la otra, es de dos metros. Me parece un exceso, los mexicanos ¿a dos metros? Una distancia inaudita para quienes el contacto, cara a cara, cuerpo a cuerpo, no es solamente un dato cultural, sino una práctica de vida, un gesto tan natural y asumido que pocas veces lo ponemos en cuestión.
Debo confesar en voz baja (si me citan, lo negaré) que uno de mis “experimentos culturales” favoritos es probar cuanta distancia social toleran las personas. Y debo decir que los mexicanos salimos “ganones” en proximidad. Para los que necesiten datos, he probado el “truco de la distancia”, en España, en Argentina (que pese a sus dos-besos-dos, son bastante intolerantes a la cercanía del cuerpo del otro), en Colombia, en El Salvador (que se parecen a nosotros, pero son más formales), en Puerto Rico (que pese a su desborde caribeño, son más cuidadosos), en Brasil (con pocos datos), en Ecuador (que despliega su cultura andina y seria). Y puedo dar testimonio comprobado de que los mexicanos somos un grupo bastante “tocador”, “cercano”, “próximo”. Nuestra distancia es mínima, casi invasiva, o quizás debería decir ¿era?
Antier y ayer se habló del “aislamiento social” como medida preventiva y hoy, nos indican que nuestra geografía cultural de cuerpos en contacto, deberá cambiar sus patrones. Me quedó pensando que los niños, casi siempre mocosos y pegosteosos, no merecen, no deben sufrir el castigo de los dos metros. Tampoco quiero renunciar al contacto estrecho con mis amigas y amigos, de los que puedo repetir “su olor” y “su textura”. ¿Cuántas cosas más tendremos que aprender a manejar en esta epidemia loca que mata poco pero asusta mucho?
Mayo 5, 2009
(Crónica, día 11)
No logro descifrar el comportamiento del Gobierno Argentino y peor aún, el de algunos de sus ciudadanos “de a pie”, frente al cierre (de facto) de su frontera a los mexicanos. Yo suelo asomarme por aquellos territorios, una o dos veces al año, tengo vínculos profundos con ese país, de a poco y torpemente he aprendido fragmentos de su historia y hoy, tengo en mi archivo de afectos fundamentales a muchos argentinos y argentinas, que son mis amigos, mis colegas, mis compañeros de travesía en esta contemporaneidad caótica que nos ha tocado compartir. Presencias imprescindibles a las que no quiero y no voy a renunciar. De Argentina, vuelvo siempre revitalizada, estimulada por los debates y discusiones con colegas y estudiantes; y aunque casi siempre regreso enferma—suelo traerme una gripa y una bronquitis descomunales—piso tierra mexicana con la sensación de haber estado en el lugar correcto, ratificada en mi mexicanidad, orgullosa, sin falsos nacionalismos, de lo bien que somos vistos los mexicanos en el fin del hemisferio.
Hoy, mientras leía noticias, recordé que mi amigo Sergio, un argenmex de pura cepa (haría una nota de pie de página, pero no domino la tecnología del todo, pero para los más jóvenes: un “argenmex”, es un argentino que vivió (o aún vive) el exilio provocado por la feroz dictadura argentina de 1976 a 1983 y que desarrolló una filia mexicana y una identidad nacional doble, de esas que dan envidia), manda, sin faltar, un correo colectivo cada 15 de septiembre con los colores de la bandera mexicana y la leyenda: ¡Viva México, cabrones! Pensé que pensaría Sergio y su hija mexicana del rechazo ya casi xenofóbico hacia los mexicanos; pensé en los tantísimos argenmex, ya mexicanos naturalizados, que han hecho de esta matria su hábitat por elección. Pensé si el Virus A, además de sus estragos a las vías respiratorias, afectará de algún modo la memoria.
Cuando el “virus militar” de 1976 azotó las tierras argentinas, no hubo un pedazo de territorio mexicano que no quedara abierto para recibir a los cientos, miles (no tengo el dato a la mano, ni ganas de buscarlo; en serio, estoy triste y preocupada) de exiliados que encontraron refugio para sus vidas destrozadas por la letalidad y brutalidad de un “virus”, que tampoco hizo distinciones, tan es así que logró “desaparecer” 30 mil cuerpos argentinos. Cuando el Virus JRV (General Jorge Rafael Videla), México estuvo ahí, frontera y casas abiertas.
Mayo 6, 2009
(Crónica, día 12)
La fotografía es de Tania González Suro, que a estas alturas sería ya egresada de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación por el ITESO, si no fuera por esta contingencia, que prolongó una semana más nuestro calendario escolar. Además, es mi becaria de investigación y tenemos ya un rato trabajando juntas en diversas pistas sobre los miedos, las identidades urbanas, el narco, la violencia y otros temitas.
La foto fue tomada en el centro de Guadalajara y, además de su evidente sentido del humor, me gustó el inteligente uso del “esténcil en coyuntura”, es decir, la intervención del espacio urbano a partir de problemas de actualidad, de asuntos que preocupan u ocupan a una ciudad. En momentos en que la ciudad está atiborrada de “tags” (etiquetas, firmas), que parecen haber renunciado a la tradición más combativa, políticamente hablando, que inauguraron en esta ciudad sus “hermanos” mayores, los grafiteros de finales de los 70 y principios de los 80, es viento fresco, atestiguar la emergencia de un arte urbano capaz de dialogar con lo que sucede. Reviso la prensa nacional, la local, navego torpemente por internet y no encuentro a estas alturas, una clara y abierta participación de los artistas en esta crisis de miedos, de “puntos-pánico” que crecen y decrecen como los IMECAS. Y si hay algo de lo que estoy convencida, es de la centralidad del arte, de la poesía, de la literatura, del cine, para enfrentar la adversidad y hacernos volver la mirada hacia lo que dejamos de ver, por ver lo obvio.
Las dos Fridas
No pude dejar de recordar a Pedro Lemebel y a Francisco Casas, ese colectivo que en el Chile devastado por la dictadura militar, los estruendos de la concertación democrática y los estragos evidentes de la pandemia del SIDA, asumieron, travestidos en Las yeguas del apocalipsis, la intervención performativa, netamente urbana, de una situación compleja y dura que requería de otros lenguajes para ser hablada. Fue el arte, fue la imaginación de estas dos figuras emblemáticas y provocadoras, el que contribuyó a ventilar, a darle aire a los muchos asuntos que Pinochet había sepultado. Quien mejor lo expresa, es la escritora Pía Barrios: “Las acciones no podían durar más de cuatro minutos, eran situaciones relámpago con las que obligabas a la gente a tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo en el país, anestesiado por los medios de comunicación, saturado de desinformación”.
Nada más actual, en tiempos de desinformación, el papel del arte para detonar procesos reflexivos es fundamental. ¿Dónde están los artistas?
Mayo 7, 2009
(Crónica, día 13)
Hoy volvimos a clases después de casi dos semanas de suspensión forzada, para mi sorpresa y la de algunos de mis colegas, los estudiantes no parecían en absoluto atemorizados y pese al severo “instructivo” sanitario que nos fue entregado (incluidos botes de gel antibacterial, líquidos y trapos para la limpieza constante de superficies), que insiste en aquello de no besar y no abrazar, lo que vi, fueron jóvenes en plena normalidad, sonrientes y efusivos con sus cuerpos. En lo que caminé de mi oficina, a mi salón de clases, recibí no menos de 20 besos y una proporción similar de abrazos. Así que si él A H1N1, anda rondando los pasillos y járdines, encontrará un gran caldo de cultivo en nuestros afectos (nuestro himno nacional podría “mutar” temporalmente e introducir un nuevo estribillo: en vez de “un soldado en cada hijo te dio”, bastante bélica, podríamos cantar—de pié y con la formalidad que nos caracteriza—“un virus en cada abrazo te dio”). Celebré la ausencia de miedo y a diferencia de lo que muestran insistentemente, reiterativamente las fotografías de los periódicos, hoy tuve la impresión en mis andanzas por la ciudad, de que “los raros” eran los que usaban tapabocas. Y no es que haya que bajar la guardia y tampoco que las noticias sean muy alentadoras (se confirman casos cada día), quizás lo que sucede es que la fuerza de lo cotidiano nos lleva a desafiar el riesgo a fin de preservar una mínima franja de certezas. Nadie puede vivir en puntos suspensivos por demasiado tiempo.
Y justo, cuando es posible constatar que nos “vuelve el alma al cuerpo”, como hubiera dicho mi abuelita, es que aumentan las noticias y los informes sobre la ola (no sé cómo llamarla) de rechazos y medidas “sanitarias” en contra de los mexicanos. Se nos informa en un boletín de la Cancillería que “es recomendable no viajar a Singapur” (y yo que pensaba irme mañana, pero lo voy a considerar). Singapur exigirá visa a los mexicanos (antes no lo hacía) y “escuchen” bien, se abroga el derecho de “someternos a cuarentena y a quién se niegue, la posibilidad de cárcel o de multa”.
Apestados, discriminados, expulsados y ahora hasta con riesgo de cárcel. Creo que no les he contado, pero entre las nuevas medidas de seguridad aeroportuarias en territorio nacional, está la instalación de unos aparatitos que miden el calor del cuerpo y si tu temperatura es “sospechosa”, te apartan. En fin, se van sofisticando los dispositivos de seguridad y aún no hemos visto lo peor.
Mayo 11, 2009
(Crónica, ¿Qué día?)
Me encantó esta recreación de El Grito de Edvard Munch (1893), que recibí de mi amiga Esperanza y que se ha convertido en un emblema de la angustia y la desesperación del hombre (en genérico) moderno y ha sido utilizado repetidamente, justo por su potencia para expresar la paradoja de la modernidad, que trataré de expresar esquemáticamente: conquista absoluta de la autonomía (liberada del yugo de las creencias mágicas) frente a la soledad y los riesgos derivados del progreso moderno. Muy a tono con El sueño de la razón, produce monstruos de Goya, un aguafuerte de 1799 y que he usado a lo largo de estos diez años de investigar los miedos como imagen para evidenciar las “trampas” de la racionalidad y colocar como un eje de análisis fundamental la centralidad de la historia en nuestra comprensión del mundo.
Aunque esta intervención al grito, anónima hasta ahora, es realmente genial, abusa de algunos elementos. Creo innecesarios los mocos en el cerdo que emula al andrógino de Munch. Ya me dirán.
A lo largo de mis caminos por los laberintos del miedo (miedos, en plural, mejor), he intentado analizar los escenarios tanto apocalípticos como postapocalípticpos. He escrito varios análisis y ensayos sobre estos escenarios y les juro, que siempre imaginé que el epicentro de las catástrofes estarían en lugares como Nueva York, no en esta ciudad que hoy se convierte en el epicentro del re-brote, del silencio, de los miedos gaseosos y al mismo tiempo, de la necesidad de recuperar la normalidad.
Declaro instaurado hoy, día fulano de la crónica (la angustia de todo las secuelas de esta epidemia están aquí y hay tanto por resolver que no acabo de hacer “check” a la agenda desbordada) la elaboración colectiva del DICCIONARIO EPIDEMIOLÓGICO PARA TIEMPOS DE EMERGENCIA…Una especie de wikipedia acorde con los tiempos.
Aquí una propuesta de entrada:
S: Sanitarización: dícese del proceso que en el siglo XXI, transformó todas las formas de socialidad conocida y colocó a México en el centro de los rechazos globalizados .
Otra, que le debemos a Cristina Castellano que escribió desde Paris (y de quien copio, con su autorización, su propia crónica en un comentario a este posteo).
F: Frontera Bucal: alude a la distancia establecida a partir del contagio posible y probable de un virus de procedencia extraña…
En fin son sugerencias, para armar un ejercicio colectivo, si nos sale bien, hasta podemos proponerlo a publicación. Espero sus revires.
Mayo 12, 2009
(Crónica, un día como hoy)
Este blog se viste de gala y se pone de pie para recibir la visita de Carlos Monsiváis, quien se suma a la confección colectiva del Diccionario epidemiológico para tiempos de emergencia (estuve a punto de escribir epistemológico, pero corregí a tiempo mis obsesiones profesionales) y nos aporta nada menos que seis entradas. Una contribución que podría llevar por sub-título: “Nuevo diccionario para infectados remisos”.
Blogueras y blogueros, ahora en su propia voz, Carlos Monsiváis:
Querida Rossana:
Aquí van mis contribuciones al diccionario epidemiológico:
Salvador de la Humanidad: dícese de aquel todavía piensa en términos locales.
Contingencia: anuncio de venta de temporada de votación por el PAN.
Paranoia: el miedo que nos vuelve superior a las generaciones ya idas.
Confusión: dícese del resultado de ver mensajes en horario triple A.
Aritmética: ciencia infusa cuyas reglas no pueden ser manejadas por secretarios de salud.
Secretario de salud: dícese de la distancia entre la cifra y el vacío
Hasta aquí las contribuciones de la conciencia nacional, a quien le agradezco su contribución a este trabajo colaborativo y en proceso. “Disculpe las molestias, diccionario en construcción”. Gracias Carlos…
Mayo 14, 2009
(Crónica, día nublado)
Viajé tres veces en taxi y volví a ratificar que no hay mejor termómetro para tomarle el pulso a una ciudad que conversar con sus taxistas, jinetes del asfalto que se convierten en “pulsómetros” de los imaginarios ambulantes. Un taxi es una especie de “relatódromo” dinámico y, sus pilotos, una mutación—a veces peligrosa—de Sherezada, capaces de contar los mil cuentos que esconde una ciudad.
En el primer taxi, el corazón se me estrujó y no pude encontrar ninguna palabra para compartir, así que acudí al “peligroso” gesto de tocar el hombro de Arturo, un egresado de Contaduría Pública, tres veces desempleado y hoy autoempleado en un taxi de su tío (la familia al rescate en estos tiempos de colapso institucional pre-influenza). A mi pregunta “etnográfica” sobre sus impresiones de toda este desastre y como si hubiera tocado algún disparador, Arturo se echó a llorar, literalmente, con vergüenza de su propia debilidad y tratando de recomponerse, me contó que no hay trabajo, que las calles están solas, que no logra juntar ni para la gasolina del día y que no hay dinero para atender las necesidades de su esposa y su nenita de cuatro meses, a la que alimentan con la ayuda de sus familiares, también en situación difícil. No están enfermos y se mostraba agradecido por ello, “porque ya sabe, seño, esto es como la ruleta, le toca a quien menos se imagina uno” (no tuve valor para indagar a qué se refería y la antropóloga entrenada que llevo dentro se enojó conmigo por mi falta de músculo etnográfico). Arturo está realmente preocupado y no logra imaginar el panorama futuro. De su impecable camisa blanca sacó la foto de su nena, una sonriente bebecita que mira sin preocupación el horizonte.
En el segundo taxi, Don Manuel se mostraba abatido pero confiado en que esto es “una dura prueba que nos pone Dios, que con la ayuda de la Virgencita, de nuestras autoridades y claro, de este gran pueblo mexicano” va a terminar de la mejor manera. A sus 68, Don Manuel, jubilado de una empresa metalera, maneja un taxi de un lado para otro. Desde la contingencia, trabaja doble turno, “pa´ compensar, señito”, “al que madruga, Dios le ayuda o qué”. Una estampa de Santo Toribio, el (casi nuevo) santo de los migrantes, cuelga de su espejo, en honor a su hijo mayor, trabajador en los Estados Unidos y “legalito”, que ahora, sin trabajo en los “Iunaites”, ha dejado de mandar los dolaritos, con los que la familia de Don Manuel compensaba las duras condiciones en estos tiempos de equilibrios precarios.
Del tercer taxi, ni les cuento. Escuché la más extraordinaria teoría sobre el origen del virus, una mezcla del Santo contra las Mujeres Vampiro y “Mini me”. Al constatar el enojo de Gerardo, manifestado no solo en su relato sino en el inminente choque que pudo evitar, maniobrando, me pregunté si en el equipo del Presidente Calderón, en ese gabinete de emergencia, alguien está atendiendo todas estas desesperanzas, imaginarios y efectos “colaterales” de la pandemia.
Mayo 15, 2009
(Crónica interrogativa)
El primer asunto que detona la pregunta en torno a la seguridad es la relación (colapsada) entre seguridad y libertad. “Sacrifiquemos libertad en aras de la seguridad” fue la consigna derivada del septiembre norteamericano del 2001. Este asunto fue “reflotado” (porque es un tema de alma antigua) por Zygmunt Bauman, un sociólogo de presumir, un pensador de primera de lo contemporáneo, pese a que en sus últimas incursiones editoriales en castellano, abuse de lo “líquido”. Todo conspira, desde Guantánamo y Abu Grahib hasta las medidas de aislamiento domésticas, nacionales e internacionales, de que es posible y necesario construir las zonas de riesgo cero que los poderes necesitan para garantizar y perpetuar su poder.
Si ya la sociedad global parece haber aceptado severas restricciones a su libertad, que han significado violaciones constantes a los derechos humanos, me pregunto, cómo modificará este virus y su manejo político y mediático, nuestra comprensión del mundo. ¿Es realmente el dilema hoy aislar a quien se percibe como amenaza para la seguridad, sin considerar los costos para la libertad y los derechos humanos? ¿Cuáles serán las nuevas zonas de riesgo cero derivadas de la pandemia?
Mayo 20, 2009
(crónica de los últimos días)
Los casos de contagios por el virus aumentan en esta zona de nuestra fracturada geografía, además se desata otro “virusito”, de otra cepa, que anda paseando por este espacio público ya castigado por largas y nocivas epidemias de malos gobiernos, narcos “endémicos” e intolerancias sexuales, religiosas y de género; saturado al extremo de increíbles acciones de “gobierno”, que azotan nuestro ya muy inmunodeficiente sistema ciudadano.
Mientras intentaba descifrar el sentido de un “diario de la epidemia”, en un contexto en el que regresa poco a poco y con risa nerviosa, como insinué ayer, una tensa normalidad, conversé largo rato con “mi” zapatero (la expresión me remonta a un período pre-capitalista que no aplica para nada en estos tiempos estallados). Don Alex, un artesano como pocos, mago capaz de revitalizar lo inútil en estos tiempos de lo desechable, se despachó, para el gozo de sus clientes y para esta “bloguera” ya casi curtida de sorpresas, en estos tiempos locos de la influenza, la mejor hipótesis complotista que he oído, leído, atestiguado ¡y ha habido varias!
Don Alejandro dijo:
- todo esto lo inventó el “negrito” (he analizado el uso del diminutivo peyorativo mexicano, en muchas ocasiones)
(Es decir Obama)
- Y cuando le pregunté ¿qué como para qué?, contestó con total aplomo:
- ah, pos para reactivar la economía!—(esa palabra empleó) y a mi siguiente pregunta:
- y en qué le beneficia a la economía gringa todo este desastre, Don Alex contestó:
- ah, pos porque Calderón pidió una indemnización a la OMS (también lo dijo así);
- pero en todo caso—argumenté yo—esa lana (dinero), sería para México, ¿no?
Y él contestó:
- Es que ahí está el detalle (recordé a Cantinflas), Calderón le va a prestar esa lana de la OMS, al negrito!!! Ese era el plan, dijo mientras con su martillo castigaba un clavo en los zapatos de la joven que iba antes que yo.
Las señoras en la fila celebran el comentario y asienten entre sí.
Voilá, fin de la conversación! Lógica cerrada. Todo esto fue para que Calderón pudiera prestarle dinero a su nuevo “cuate”, Obama. Los imaginarios parecen moverse más rápido que los virus. La novedad estriba en el neo-poder mexicano que ahora está en condiciones de vender su vulnerabilidad, derivado de un virus que sirve para muchas cosas.
Recogí mis zapatos arreglados y me topé en la caminata con Don Memo, un lavador de coches que vive en nuestro barrio. Lo vi leyendo el periódico concentradamente.
- ¿Tons qué, don Memo, todo bien?, dije.
- No seño, dijo, pussss ya qué, nos vamos a morir toditos de este rebrote de la gripa, pero ojalá y ahí se les haiga, se mueran primero los cabrones políticos, así y nos dan chance de gozarla.
- ¿Le lavo el carrito?—añadió, haciendo a un lado el periódico—ándele—no le hace que mañana llueva, al cabo y ya ¡pus, nos vamos a morir de esta caraja gripa, pero eso sí, señito, ¡todos muy limpiecitos!, dijo.
Mayo 21, 2009
(Crónica, último día)
Todo proyecto tiene ciclos y este culmina hoy, desde la intuición de que ha cumplido la intencionalidad productiva que le dio sentido. A lo largo de un mes he tratado de pensar, con ustedes, en voz alta, arriesgar y arriesgarme en el ensayo de un pensamiento viral, que quiere ser capaz de contagiar la voluntad de pensamiento crítico y como suelo decir, ayudar-nos a pensar el pensamiento con el que pensamos, parafraseando al gran Jesús Ibáñez.
Ha sido un ejercicio intenso, novedoso, “peligroso” en al menos dos sentidos. De un lado la velocidad e intensidad de los acontecimientos dificultan silenciar el ruido para concentrarse en aquello que es lo fundamental de un proceso; a veces, atrincherados en las certezas que da el largo plazo, los y las académicas tendemos a “aguardar” con prudente tensión la evidencia incontestable (es un decir), de nuestros análisis y acercamientos. En una lógica “sedentaria” que espera a que el “objeto”, tome la forma precisa y asible (otra vez, Ibáñez). Mientras que hay un tipo de antropología del acontecimiento, cuya lógica es nómada, persigue al objeto, ahí, donde este se manifiesta y emerge. Inclinada mucho más a la metodología nómada, he intentado trabajar siempre en el centro del huracán, moviéndome y desplazándome por los intersticios, rendijas, sótanos de la vida social, para tratar de entender de qué están hechos nuestros miedos, nuestras pasiones, nuestra cultura de fondo. Y este blog ha significado en este sentido, una posibilidad vertiginosa, asombrosa de un pensar al lado, contra, por, desde y con, otras y otros en este presente frenético que no cesa de moverse. Pero es tiempo de retornar a una reflexión de fondo, de todo lo que esta pandemia con cortes comerciales, ha significado y representará en la futura geopolítica de nuestros miedos.
De otro lado, la “peligrosidad” se deriva, eso lo he ido aprendiendo a ritmos acelerados, de que este es un dispositivo que transforma la relación normalmente jerárquica (aunque digamos lo contrario) entre el observador y el observado, y ahora deberé decirle a mi amiga, la antropóloga Rita Segato (deben leerla, es una inteligencia deslumbrante), que he encontrado un espacio, que ella había decretado inexistente, aquel en que “el nativo se convierte en el etnógrafo de su antropólogo”. Los nativos digitales que le han dado sentido a este blog, han desafiado los principios de operación antropológica y he sido “obligada” a recomponer aceleradamente mis supuestos, mis análisis, he sido “etnografiada” por ustedes. Y quizás, modestamente, he logrado acercarme al sentido más profundo que podría tener una antropología de la comunicación: aprehender la teoría del otro sobre el mundo. El blog (el bló de la epidemia, como la hemos bautizado entre el circuito cercano a esta bloguera), ha sido un taller acelerado en la necesaria “suspensión de juicios” que requiere la investigación social. Por ello, gracias a todas y todos, a los que participaron con comentarios, a los que aparecieron en mi buzón de correos, a los que se asomaron, a los que criticaron, a los que reflexionaron también a campo abierto.
(De Rossana Reguillo, en su personalidad de Abu)
Rossana Reguillo Cruz es profesora investigadora en el Departamento de Estudios Socioculturales del Instituto de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) en México donde coordina el programa de investigación en estudios socioculturales. Sus ámbitos de intereses incluyen la cultura urbana y de los jóvenes, los medios de comunicación masiva, y los aspectos culturales de la relación entre comunicación y derechos humanos. Ha sido profesor visitante en numerosas universidades latinoamericanas, europeas y estadounidenses. Sus publicaciones incluyen La construcción simbólica de la ciudad: Sociedad, desastre, comunicación (Guadalajara: Universidad Iberoamericana/ITESO, 1996); Ciudadano N: Crónicas de la diversidad, con una introducción de Carolos Monsiváis y un prólogo de Jean Franco (Guadalajara: ITESCO, 1999); Estrategias del desencanto: La emergencia de culturas juveniles en Latinoamérica (Buenos Aires: Ed. Norma, 2000); y Horizontes fragmentados: Comunicación, cultura, pospolítica. El (des)orden global y sus figuras ( Guadalajara: ITESCO, 2005).
Mayan Ponzi: A Contagion of Hope, a Made-Off with your Money
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Sex Work, Sickness, and Suicide: Argentine Feminist Theater in the 1910'S and 1920'S
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Inherent Vice: Contagion and the Archive in the Times Square Show
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How to do things with dead bodies
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El Tele-Pobre Como Abyecto: El Caso Del Show De Laura Bozzo
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