photo: Ricardo Alcaráz/ Laurie Garriga - Diálogo DigitalFuego
El 15 de octubre de 2009 tuvo lugar el Paro Nacional de Puerto Rico, el cual se convocó como respuesta al cesanteo de casi diecisiete mil empleados de gobierno. El acontecimiento coincide con otros de incumbencia para Puerto Rico.
El mismo día en la noche, durante la transmisión en directo de la premiación Grammy Latino, el intérprete del grupo musical puertorriqueño Calle 13 insulta al Gobernador de Puerto Rico Luis Fortuño por las medidas tomadas. Casi una semana después, el 23 de octubre en la madrugada, contenedores de la refinería Gulf en Puerto Rico explotan, causando daño ecológico, entre otros, por fuego que no da tregua por días.
El autor escribió una crónica acerca de lo acontecido durante tal semana en Puerto Rico, teniendo en cuenta las diferentes escenificaciones asumidas tanto en el ambiente universitario en torno al paro como en la voz de quien cronica en los días posteriores al mismo. Se procede a relatar no sólo la visualidad performática sino también su amplio espectro de sonoridades. Interesa lo espontáneo como escenificación, no tanto el acto deliberado de performar mismo.
“Yo siento fuego”
Lissette
“FUEGO”
B. Pascal
El Paro lo viví de cerca y de lejos. Marché en el Paro y el mismo día tuve que regresar a casa raudo y veloz a empacar, pues partía al día siguiente al congreso de comunicación FELAFACS, en La Habana, Cuba. Los efectos del Paro los viví de lejos.
Puerto Rico estaba en la boca de todos, académicos latinoamericanos y ciudadanía cubana. “Allí está pasando algo, ¿verdad?” Tal pareciera que el Paro no quería apagarse, y que de repente al país más revolucionario del mundo le hacía competencia su isla hermana, la del cordero en el escudo. El Paro ya no era un evento en día señalado sino un clima, y se extendía a la controversia días después que suscitó la expresión contra el gobernador del cantante de Calle Trece en los Grammy Latino, y a la explosión de los contenedores de la Gulf, con imágenes por todo el mundo.Allá como acá se discutía si la explosión de los contenedores era otra manifestación de protesta o un ardid de la derecha para justificar medidas de reciedumbre política. Por lo visto la Nueva Era no se quedaba atrás, y aducía que la acumulación de energía llameante del País se materializó en la versión portoricencis de la bomba nuclear, del Apocalipsis y del Ground Zero. “Era un mismo hongo, como el de Hiroshima”. “Era el fin del mundo.” “Era como el 9/11.”
Pero nada. Siempre hubo poco del patetismo a lo CNN. Facebook se atiborró los días sucesivos de sospechosos testimonios –“Yo estuve ahí”, “Yo lo vi”— y de igualmente sospechosas expresiones de duelo ambiental –gente con guitarra en mano, par de amigos y la humareda de fondo, como en camiseta de “I love NY”; ahora ¿“I love my Cloud Zero”?
La nube se volvía hermana, la más pana. Con todo esto de frente, en pantalla, regresar a Puerto Rico emocionaba, y la vez se humeaba de aprehensión. Fuego, fuego por todas partes, en Puerto Rico, y por lo menos para muchos que lo vivían de lejos. La combustión de los contenedores no daba tregua. A una semana del Paro Nacional, a dos días de la explosión, la “nube” seguía densa, flamante, impertérrita. Los aviones habían cambiado sus rutas de vuelo, pero de seguro en el viaje de vuelta había palco para el cáncer ambiental, sentenciaban algunos con toda seguridad. ¿Quién quería --¿yo quería?-- ver eso?
Regresar al país en llamas… That was the question. ¿Había opciones? Rápido le echaba un vistazo a mis alrededores, a ver si había un nicho donde ubicarse.
Desde Cuba, el fuego no era sólo de pantalla. Ya había ocurrido el Paro, pero a su manera seguía gritando, como Calle Trece; seguía ardiendo, como la nube. Indignaba, interrogaba. Creo que el mismo país humea todavía.
En mis memorias del fuego, chispean aún dos o tres cosas. Recuerdo del Paro Nacional que días antes no se hablaba de otra cosa. Que tal pareciera que, independientemente de las líneas de partido, este país con sus múltiples combinatorias traspasó el orden ternario, una vez más. Que se fraguó un consenso, entre los medios y la ciudadanía, en contra del gobierno y, sobre todo, en contra de Fortuño. Por el ínternet, por la radio, por los textos de celulares, no faltaban los chistes del “huevazo” que ensayó pegarle el ya épico ciudadano en plena conferencia de prensa. Huevo de fruto; huevo de metida de pata; güevo de área genital masculina. De ahí se pasó rapidito a los más fuertes. El 30 de septiembre a mí me textearon éste: “Fortuño es como el condón… Aguanta la inflación, impide el flujo y te finge seguridad mientras te clava”.
No se hicieron esperar imágenes de todo tipo por Facebook y por YouTube, como el rostro en marbete ya no de un prócer sino de Fortuño, con plena estrella de huevo roto, abierta sobre su cabeza; o de lo que ya es prácticamente un clásico de la animación en Puerto Rico, “El síndrome del huevo”, donde el gobernador en medio de una visita a la oficina del psiquiatra Dr. Cido para superar el trauma del “huevazo”, con exacta imitación de la voz, hay que decir, para luego armarse de confianza en sí mismo mantrificando un estribillo, a instancia del médico: “El huevo es mi amigo”.
En un país donde hablar de política es tan delicado como hablar de religión, se opinaba libremente en contra de Fortuño, en el supermercado, en la fonda, en la barra, en la parada de guaguas. A veces se quedaba uno con la pregunta de si no se había personificado demasiado la protesta, y de si “Todo es culpa de una persona y su nombre es Fortuño” no simplificaba la cuestión, eximiendo a integrantes de Senado y Cámara, además de la necesaria responsabilidad que tenía que asumir siempre la ciudadanía, así hubiera dado su voto a los candidatos –que ganaron por abrumadora mayoría— como si no.
“Es un paro por el pueblo. Para el pueblo.”
“A Fortuño no le importa la gente.”
“Hay que entender que no hay dinero para tanta gente. Que hay que deshacerse de personal para que el gobierno funcione mejor. No se puede seguir con un país donde el gobierno sea el patrono principal.”
“Hay demasiada batata en el gobierno. Gente que no hace nada. Uno va a las oficinas del gobierno y están virando huevos.”
“El gobierno hizo bien en despedir, pero debió haberlo hecho con estudio. Se despidieron en ocasiones dos proveedores de hogar a la vez. En otras, empleados con antigüedad.”
“A fin de cuentas, no se deshicieron de las batatas, porque los dejaron en puestos de confianza. Cesantearon a la gente capacitada.”
“No era necesario que se despidiera a empleados en algunas agencias, porque ya sus administradores habían llevado a cabo medidas cautelares para prevenirlo.”
“Lo que sucede en Puerto Rico no es particular. Es algo que sucede en todas partes del mundo. La nueva economía digital no necesita tantos empleados.”
“¿Por qué no empiezan por rebajarse ingresos los mismos del gobierno, empezando por Senado y Cámara? Que se queden sin beneficios marginales.”
“El gobierno lo que quiere es privatizarlo todo.”
“El paro es inútil. No hay vuelta atrás con los despidos.”
“Yo lo veo como protesta general contra un gobierno autoritario, anti-cultural, homofóbico, anti-ambiental, neo-liberal y anti-urbanista.”
“El Paro no está bien organizado. Es un ventetú, de mucha gente con diferentes causas. ¿Cuál es el objetivo?”
La nube antes de la nube, el Paro y sus efectos se colocaban poco a poco entre los leños de combustión, bullendo, debatiendo, rumiando, indiferenteando.
Par de semanas después, recién me entero que la idea era ya no marchar al hito simbólico, el Capitolio, sino detener la actividad en toda la Isla a base de paralizar el comercio en la Zona Metropolitana. Las manifestaciones partirían desde varios lugares y se darían cita en el surtidor axial del comercio en Puerto Rico, Plaza Las Américas. Yo me uní a las filas del Paro desde la marcha de la Iupi.
Primer error: quedé en encontrarme con gente. Más allá de cualquier expectativa, el gentío era arropador; sólo encontré a una persona. Los celulares permitieron dos o tres encuentros pasajeros, a toda prisa, tipo roce de manos, todo bien, para que después desapareciéramos de vista.Primer acierto: dejó de importar enseguida con quién uno se encontraba y con quién no. Caer allí era resonar en algo más grande que uno. Y quizá por primera vez en el reloj puertorriqueño, la marcha comenzó puntualísima, sin los acostumbrados veinte minutos de retraso, lo cual eché de menos.
En este Puerto Rico, santo patrón de los carros, era cosa notable la detención de las principales vías de tráfico, sobre todo avenidas muy densas como la Piñero y ni hablar de la autopista Luis A. Ferré, ambas en mi ruta. Nos desangramos entremedio de las filas detenidas de carros.
Algunos de los conductores refunfuñaban; otros salían de los vehículos y vitoreaban. Un camionero pegó a tocar bocina, con insistencia, con ritmo, como si congueara. Empleados de una compañía privada observaban desde las ventanas y alzaban el puño; cuando les gritaban desde la marcha que se integraran, señalaban con el dedo índice hacia arriba, encogidos de hombros.
El graffiti, por encapuchados, dio cara. Las consignas, por todos, también.
“Dónde está Fortuño?/
Fortuño no está aquí/
Fortuño está vendiendo lo queda del país.”
En la marcha desde la Iupi, atravesar la Piñero y la calle César González para culminar en la Roosevelt era el norte. La verdad es que una vez se llegó allí, con el tráfico detenido, la Roosevelt era irreconocible. Largas filas de camiones coronaban el cruce de ambas vías, con puntos de fuga casi simétricos entremedio, mientras que sirenas interminables se abrían paso y se disparaban en todas las direcciones, como si se tratara de un espacio cerrado.
A la izquierda, hacia Plaza, larga bandera de Puerto Rico faldeaba el elevado de la Roosevelt. Columnas arriba, la autopista Luis A. Ferré, perfectamente paralizada. Un brinco allá confirmaba que no había un sólo auto, ni siquiera detenido, por ningún flanco. Hacia San Juan, hacia Ponce, todo liso y despejado, sin término. Gente acostada aquí y allá sobre un asfalto –para mi sorpresa— nada caliente, tanto de un lado como del otro de la autopista, sus ocho carriles. Parecía, por momentos, picnic en Central Park. Otros, sentados en fila india en plan protesta, con pancartas en mano.Estuve allí un rato, pero tenía que regresar a casa para empacar. No hacía mucho calor, así que por primera y quizá por única vez me planteé regresar por la autopista, a pie. De sólo pensarme caminándola por el mismo medio, sin un sólo vehículo, era de ciencia ficción. Pensé que a partir de ese día la autopista, tan cargada de resonancia simbólica en Puerto Rico, cobraba un nuevo significado.
Pudo más la prisa que la aventura. Regresé en tren.
Como la esposa de Lot, sin embargo, miré atrás una última vez. Lo último que recuerdo era una escuadrilla de policías, que se atrincheraba en las cercanías de los enfilados. Con el mar de gente que había allí, bien me sabía que la escuadrilla tenía la batalla perdida. Pero me pregunté si no era presagio –umbroso-- de batallas por venir.
El simbolismo del fuego es más antiguo que la historia. Que si muerte, purificación o transformación. De vuelta de Cuba a Puerto Rico, advertí desde el avión que el fuego se había apagado. Me llamó la atención la casi pornográfica belleza de la luz en Puerto Rico. Nada de nube; nada de sombra. El País lucía y relucía, como si nada hubiera pasado.
Lucía, cabe aclarar, pues apenas se tocaba tierra firme y se habitaba un rato, te abrazaba delicadamente el peso, las tenazas nuestras, de cada día. Eso con que se carga aquí, que es tan difícil de explicar. No estoy seguro de qué se conflagró, y de a dónde fueron a parar las cenizas. Sólo sé que no queda mucho de quien se fue. Y queda todo lo que se dejó.
(A propósito del Paro Nacional de Puerto Rico, 15 de octubre de 2009.)
Dorian Lugo
Santurce
*Le agradezco a mi asistente de cátedra Aida M. Pagán (U.P.R.) la ayuda brindada en la pesquisa de imágenes y diagramación de texto.
Dorian Lugo Bertrán nace en Santurce, Puerto Rico. Obtiene su grado doctoral en Filosofía y Letras con especialidad en Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Se desempeña como Catedrático Auxiliar para la Escuela de Comunicación de la misma institución. Dicta cursos teóricos que versan sobre significación, información y estudios culturales. En sus investigaciones se interesa por estudios de género, queer y urbanos. Sus objetos de estudio son diversos, y comprenden la literatura y el arte performático, entre otros. Publica una antología de producción cultural y libro de artista que escenifica la performatividad del libro, Saqueos (2002). Ha sido electo Co-Presidente de la Sección de Estudios de Cine de LASA (2009-2010).
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