DONATE

Monólogo para un cachorro muerto (2008)


Get the Flash Player to see this player.

Diez láminas de mármol (155×260×5cm cada una) dispuestas en dos hileras con una separación de 20 cm. En la cara interna de una de las hileras, el texto esculpido del monólogo. En la cara interna  de  la  hilera frontal,  lámparas  o  reactores  incrustados iluminan el texto. En la cara externa de una de las láminas,  un monitor  de  tela  plana  exhibe una  película  en  que  el  autor estaciona el auto al costado de la autopista Raposo Tavares, de San Pablo, y va hacia el guard-rail donde hay un perro muerto. Coloca una pequeña base de mármol blanco en el suelo y sobre ella un aparato de sonido  con altoparlantes  volteados  hacia el animal. Enciende el aparato, entra y su auto y se va. Mientras tanto, los autos pasan, y el aparato de sonido reproduce el texto “Monólogo para um cachorro morto”

Poesía (pausa), entre los dos. Entre los dos mi ángel, mi duelo, mis manos  sudadas y una fisura. Ahí, donde un cuerpo herido recibe otro cuerpo  y un tercer cuerpo nace de ellos, entre ellos, hecho de. (Pausa) Viento,  hedor,  delicia; jabón, carranca, monotonía. Entonces: tu pelo. Entonces: la lluvia. Ladrido. O carne lacerada, imagen dentro de mi ojo. Mi  ojo. Nosotros  dos, mi  ojo. Mirate ahí. Ahí, muerto.  (Más  alto) Permito que mueras. Permito que te quedes así, muerto. Permito que el automóvil pase. Permito el viento, la bocina. Estoy triste. (Pausa) Triste porque veo claramente, porque sé que frente a mí está el pedregullo. Ahí está, pedregullo. Permito el pedregullo. Ahí está, cuerpo limpio. Permito el cuerpo limpio. Ahí está, retina herida,  latido a medias  hambre, a medias miedo, a medias noche inmensa. Me interesa que no mueras. Mi interés  me ata aquí, exactamente aquí, la mirada  fija, hundida.  Pero después se desparrama  por los shoppings, por los enormes shoppings, por los vestíbulos  de los  aeropuertos, por las  free-ways,  por los  mercados unificados, por los boletines informativos de la Bolsa de Valores, por las unidades de terapia intensiva de los hospitales, por los condominios  de lujo, en fin, por todos esos lugares donde un perro no entra. Mi interés mira hacia ellos con ojos bien abiertos –enceguecidos y abiertos. Bancos, centros   culturales,  piso  azulejado de  las   embajadas,  escenarios   de televisión. ¿Para qué eso? Mi interés mira hacia eso (con énfasis) y pasa. ¿Ves? Pasó. Pero se fija en vos, y cava. Y cuando el asiento de mi auto me trae de vuelta a la corriente de aire, viento y hojalata, al núcleo de faros y de caucho, al escupitajo de la distancia, al mugido del kilometraje –a la ruta, a la ruta-, otra vez el idiota frente a mí insistiendo para que siga y no sigo, no,  no  sigo,  no paso,  no,  al contrario. ¿Ves?  Paro. Paro y contemplo, porque así debe ser. Vos ahí y yo acá. A pesar de que te toque la pata con el dedo, hay un kilómetro tendido entre los dos, como en la ruta. A pesar de que mi voz, esta voz, penetre físicamente los pelos de tu (¿de tu qué?  (pequeña pausa,  grito)  ¡carcasa!),  a pesar de que como una piedra en un lago inmóvil el sonido de mi voz se esparza por la ruta y por los alrededores de la ruta, a pesar de que se transforme en qué?, en (grito) ¡samba! (más bajo) otra vez: en (grito) ¡samba! (más bajo) a pesar de que migre de mi garganta hasta el sonido de la copa y del cabo del cuchillo, hasta los dientes del tenedor en los dibujos a pluma del borde del plato, a pesar de que se refugie en una inútil similitud con lo que es bello, o, al contrario, en un  lamento continuo, en una llorona, en la llama de mi tímpano o en una música gloriosa, a pesar de que se desparrame como un cántico, un (grito) ¡canto!,  una  (grito) ¡batucada!,  aún así, incluso así, a causa de eso, seguramente, es  inevitable que, y no podría ser de otra manera, no cabe esperar nada demasiado diferente, en suma, todos saben, todos están de acuerdo, todos tienen pleno conocimiento de que –entre nosotros dos tendría que ser exactamente eso: (pausa, voz grave) distancia (pausa), distancia (pausa), la distancia (pausa), una distancia que se hace ver, hacia la que se apunta, a la que cualquiera puede referirse como a una cosa  concreta, palpable, en suma, (voz  bien grave)  esta distancia  aquí. (Pausa)  No me canso de encontrarte donde  no  quiero, dentro de mis cosas, dentro de ciertas palabras, en una alegría súbita, en la forma de una nube, en el gusto de la saliva de otra persona, que besé o bebí. ¿Por qué no puedo soltarte? ¿Por  qué no abro los párpados y suelto tu imagen? Imagen, jauría aprisionada, fuera de aquí. Sal de atrás de mis párpados. No te guardo más. Quiero que flamees hasta que la lluvia te  empape, hasta que el exceso de luminosidad te apague. Quiero que te hagas cuerpo, imagen.  Que te hagas cuerpo completamente –caparazón, dermis, pelo, baba, plástico. Que te hagas tigre. (Pausa) Estoy alegre. Tan alegre que olvido el nombre de lo que  me rodea. Las calles, personas, señales, cifras, avisos, precios, mercaderías. Olvido el nombre de quien hace tanto me rodea y seduce. Soy el jabón que tiene mil nombres pero olvidé todos los nombres a la vez. Todos. De una vez. Veo el azul de la sustancia pastosa, veo los embalajes de plástico, la góndola multicolor donde está depositada pero no sé, alegremente no sé el nombre de nada, ni de nadie. Los olvidé todos. ¡Gracias a Dios! (Pausa) Estuve ante la gran mole de jabón en medio de la gran mole de los supermercados enormes (¡cómo brillaban de  noche!  ¡más que  la  luna!),  estuve ante la mole conjunta de tantas calles, incontables, ante la gran luminaria de todos los postes con reflectores de neón en la punta, de espumarajos de jabón y de los   productos  ya  clasificados en “ramos generales” (“alimentación”, “higiene”, “limpieza”, “construcción”), de los índices rigurosos de lucros asombrosos, de los discursos en ferias de marketing, estuve en la materia primordial de todas  las placas de inauguración de cada obra, de cada local, de cada pensamiento utilitario- estuve allí pero olvidé completamente el nombre de lo que hice, de los productos  y de las personas  y de los  lugares, de las  calles y las avenidas  donde estaban. Olvidé, como por milagro. Olvidé todo, alegre y absolutamente todo, y me incliné sobre ti, trayendo en el bolso un pequeño pedazo del jabón gigantesco en que te transformarás, de la gran masa perfumada del jabón gigantesco en que te transformarás, un pequeño pedazo de la gran masa perfumada, oh perro amado. Olvidé los nombres de las mercancías pero todavía sé decir: es de noche, estoy aquí, parado, mi miedo, mi gesto, mi nombre, mi perro, la  carranca liberada del trabajo de morir, de ser la carranca de un perro muerto. Pero no sé tu nombre. (Bajito) Ni siquiera sé tu nombre. Puedo decir perro como quien recuerda un sustantivo masculino, pero no sé tu nombre, no sé cómo te llamas, no sé avivar tu cola al pronunciar tu  nombre. Perro.  (Pausa)  Ahora digamos,  perro. Imaginemos, perro. Imagina. Digamos que yo te llevara ahora mismo a un terreno baldío, un terraplén, un suelo lleno de  hojas y de frutos de mamón caídos y de semillas de girasol, donde flotara un olor a gasolina, digamos.  Yo incineraría tu cuerpo, recogería con cuidado las  cenizas y después las esparciría desde la ventana de mi auto (sí, perro, yo tengo un auto) por esta misma ruta donde estamos ahora. Al saberlo, cientos de jóvenes  unánimemente vestidos  con blusas  de colores perseguirían mi auto y me sacarían de él, perro, atándome los pies al guard-rail. Después lanzarían sus cafeteras maltrechas, sus autos con más de treinta años de uso, a altas velocidades contra mí, despedazándome como  te despedazaron. ¿Cachorro, harías lo mismo? ¿Harías lo mismo que hice yo? ¿Harías lo mismo por mí?  ¿Incinerarías  mi cuerpo en un barranco, sobre  un  suelo  de hojas  de mamón?  ¿Me cubrirías los ojos  con dos girasoles  enormes y me echarías al fuego?  ¿Recogerías mis  cenizas con cuidado, cachorro? ¿Y cuando reclamaran mi cuerpo, cuando la familia y los amigos reclamaran mi cuerpo enlutados, como revelarías mi nombre? ¿Qué nombre les entregarías? ¿Qué nombre darías? ¿Cuál es mi nombre, perro?


Traducción de Adriana Astutti, 17-19 de enero de 2011. Para Felisa. Publicado originalmente en el Boletín del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, diciembre 2011.