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Sentencia de vida. El retorno del animal a la política

Fermín A. Rodríguez | Conicet
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En el año 2010, un artista plástico de Medellín, Camilo Restrepo Zapata, monta con un hipopótamo en miniatura y siete mil soldaditos de juguete una instalación titulada “Bloque de Búsqueda”. El animalito es un hipopótamo africano pero, a diferencia del toro de “El matadero” y el tigre de Facundo, no está allí posando en representación de la especie. Es un animal solo, una anomalía que se recorta de la manada o del rebaño, merodeando el campo de lo humano en una proximidad inquietante. Se trata en este caso de Pepe, uno de los narco-hipopótamos del zoológico privado de Pablo Escobar, el narcotraficante más famoso del mundo acribillado en 1993 en una azotea de Medellín por la policía colombiana. Dieciséis años más tarde, Pepe terminó como su dueño, asesinado por los disparos de un grupo de soldados que posaron triunfalmente alrededor de la bestia muerta en una foto que en 2009 indignó a la opinión pública colombiana. El título que eligió Restrepo refuerza precisamente la identificación de Pepe con el narcotraficante más famoso del mundo: “Bloque de búsqueda” –explica el texto que acompaña la instalación– era justamente el nombre del grupo de élite creado por el ejército y la policía colombiana “para dar caza a Pablo Escobar” (“Bloque”).

Camilo Restrepo Zapata

figura 1.

Camilo Restrepo Zapata, Bloque de búsqueda.

Liso, lustroso y con forma de barril, el hipopótamo de Restrepo parece una figura de Fernando Botero [figura 1]. Está mirando impasiblemente, por encima del hombro, en dirección a una maraña apretada de siete mil soldaditos amontonados unos junto a otros en un bloque compacto y rectangular, como un Leviatán aplastado, sin cabeza [figura 2]. Todos, sin excepción, están apuntándole. No hay entre los muñequitos ningún orden, nada que se asemeje a una formación militar o a un pelotón de fusilamiento. Parece un nido hirviente de insectos, encuadrado por paredes invisibles. Forman un enjambre, un amontonamiento, una multitud hormigueante erizada de fusiles diminutos, como si fueran antenas [figura 3].

La diferencia numérica entre las dos figuras es absoluta, inconmensurable: de un lado, un extenso plano rectangular de miles de cuerpos minúsculos enredados unos con otros como una bestia ciliada de mil cabezas; del otro, un solo punto gordo y voluminoso, sobre el que converge una escena donde la jerarquía humana sobre la vida animal aparece espectacularizada [figura 4 y 5].

Camilo Restrepo Zapata

figura 2

CAMILO RESTREPO ZAPATA, BLOQUE DE BÚSQUEDA.

La muerte del hipopótamo Pepe fue un escándalo mediático que movilizó a la sociedad civil colombiana, sobre todo en los barrios más ricos de las ciudades. La historia ha sido contada muchas veces: Pepe era un macho joven, descendiente de una de las seis parejas originales de hipopótamos que Pablo Escobar Gaviria, en un gesto soberano de exceso y de derroche, se había hecho traer ilegalmente de África para poblar el parque de la Hacienda Nápoles junto con jirafas, gacelas, cebras, canguros, leones, tigres, elefantes, cocodrilos y hasta réplicas de tamaño real de dinosaurios. En compañía de su pareja, Pepe abandonó su condición de objeto de lujo y huyó de la hacienda. Afuera de las leyes de su clan, el animal llevaba viviendo más de dos años en el río Magdalena, en condición de renegado, a ciento cincuenta kilómetros del parque diseñado por los paisajistas de Escobar a imagen y semejanza de las sábanas africanas. El Estado decide intervenir en defensa de la propiedad privada y de la seguridad de los ganaderos y pescadores de la región (Castaño, “Hipopótamos tristes”). La pena de muerte no se hizo esperar. En compañía de una brigada del ejército colombiano, que repite en más de un sentido la cacería de Pablo Escobar, el “Bloque de búsqueda” salió tras el rastro de Pepe, aunque esta vez como farsa. Sus horas estaban contadas: es un animal y, por lo tanto, incapaz de mentir, de fingir, de borrar su rastro, de ocultarse disimulando sus propias huellas. Pepe muere poco después de varios disparos de rifles de larga distancia limpios y precisos al corazón y a la cabeza, pastando tranquilamente no en un estado de naturaleza recuperado, sino en un vacío jurídico creado a su alrededor por una decisión soberana [figura 6].

Camilo Restrepo Zapata

Figura 3

CAMILO RESTREPO ZAPATA, BLOQUE DE BÚSQUEDA.

Es posible que la muerte del hipopótamo de Escobar guarde alguna relación con cierta imaginación biopolítica de América Latina. En diálogo con las imágenes que circularon por la esfera pública, la instalación de Restrepo localiza un síntoma de nuestro fin de siglo: el retorno del animal al campo de la imaginación política y estética. Es curioso, pero en una sociedad fracturada por el crecimiento explosivo de la división y la exclusión social, donde el discurso de la seguridad asfixia la vida cotidiana y las llamadas “nuevas guerras” contra el crimen organizado o el terrorismo se vuelven una relación social permanente, ¿por qué la muerte de un animal, en continuidad con la larga serie de asesinatos políticos que atraviesan la historia colombiana, toma relieves fabulosos, al punto de convertirse en el crimen que contiene todos los crímenes que ocurrieron en la Colombia de los años ochenta y noventa? (Kaldor 2002, 268) ¿Qué lógica política produce y hace circular una imagen semejante, donde el poder se abate sobre una vida indefensa y desechable convertida en objeto de persecución criminal, eliminación física y abandono jurídico? ¿Qué tiene que pasar para que esa muerte sin muerte, que para algunos define al animal, quede elevada a la condición de antagonismo fundamental?

El peso alegórico que soporta la imagen vuelve al animal una bestia de carga simbólica de fácil consumo para una cultura de masas que, al reducir la anécdota a un caso más del “realismo mágico” de la política, nos distrae de la materialidad de una escena donde antes que nada, lisa y llanamente, sin magia o sin ninguna otra magia que la del Estado soberano, matan a un animal. Juguete de la historia colombiana más reciente, el hipopótamo de Escobar no es un personaje en la tradición de la poética simbólica del boom. Su identidad estética y política se localiza en un territorio diferente, brutal y explosivo, poblado de desechos sociales animalizados que han dejado de pertenecer a la sociedad, a la familia, a la ley de la nación, a lo humano mismo, sin futuro ni pasado, privados de derechos y blanco de los mecanismos de la violencia soberana.

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figura 4

CAMILO RESTREPO ZAPATA, BLOQUE DE BÚSQUEDA.

Donde hay animales sueltos, hay vidas precarizadas y desechables, hay abandono por parte del Estado, hay exposición a la violencia soberana, hay capitalismo agresivo y salvaje, hay producción de una animalidad generalizada y difusa, hay miedo y necesidad de seguridad frente a un enemigo intangible del cual la seguridad supuestamente nos salva: la droga, el extremismo, la corrupción, la inmigración ilegal, el desempleo, vidas subhumanas sin forma que amenazan el orden normativo y jerárquico. Anexada al poder, la retórica del animal sirve para trazar sobre el campo de lo vivo una serie de umbrales entre lo biológico y lo social en torno a los cuales se juega la humanidad o la no-humanidad de individuos y grupos. A fin de cuenta, estamos en un campo de batalla donde el ser llamado animal funciona como acusación más que como descripción o como símbolo. Criatura del umbral, el llamado animal atraviesa el cuerpo como un fuego cruzado entre la represión estatal, el crimen organizado, los grupos paramilitares, las bandas de sicarios y la guerrilla de las FARC.

Camilo Restrepo Zapata

figura 5

CAMILO RESTREPO ZAPATA, BLOQUE DE BÚSQUEDA.

La fotografía de la muerte del hipopótamo de Escobar circuló en principio como una fábula en la que, por una productividad ética propia del género, la muerte del animal, en su precariedad y desamparo, se aplica a la vida humana. ¿Qué es lo que captura esa imagen? Víctima o victimario, el animal ocupa de manera inestable todas las posiciones posibles respecto de la violencia (Derrida). Puede ser tanto una criatura inocente e indefensa como una bestia acorralada que pisotea la ley y no respeta ningún límite. En principio, en serie con una larga tradición de iconografía del poder, la imagen de Restrepo exhibe una fuerza tecnológica avasallante que acaba de abatirse sobre la naturaleza indefensa del animal. Pero la escena gira sobre sí misma: desde el momento en que la brutalidad inhumana y bárbara es el atributo de la maquinaria militar, la perspectiva de lo humano queda localizado del lado del cuerpo inerte de la víctima, objeto de duelo y de compasión. En efecto, frágil y agonizante, la masa amorfa del cuerpo sacrificado del hipopótamo queda investida de valores que lo inscriben de manera más o menos transparente en un campo donde el derecho a la vida del animal se desliza de manera inquietante hacia el campo de los derechos humanos –esto es, el derecho a tener derechos o el derecho de todo ser humano a simplemente sobrevivir, a estar vivo. Se trata menos de una oposición que de una declinación máquina-animal-hombre que culmina en el cadáver –un cuerpo muerto, inmenso y pesado, objeto de la cacería, donde la máquina, el animal y el hombre se humanizan y deshumanizan vertiginosamente a través de umbrales de indistinción.

Naturalizado por un poder que invade la vida cotidiana y coloniza la vida del cuerpo, el hombre parece ser hoy una especie amenazada, mera masa de carne y huesos, víctima de violencia y abandono u objeto de protección y asistencia humanitaria. Como una sentencia de vida, la noche del cuerpo animal de la especie parece haber caído sobre el sujeto político libre y consciente del humanismo radical, y hoy el hombre, en inquietante continuidad con el animal, sólo puede concebirse como vida desnuda, deshumanizada, despojada de todo poder, incapaz de actuar políticamente o de articular una demanda de igualdad en un lenguaje que sea algo más que una mera expresión de dolor o sufrimiento.

figura 6

Brigada del ejercito Colombiano con pepe.

Una versión digamos clásica de la anécdota, hubiera mostrado a un Pepe politizado, lleno de vida y de furia, comportándose como humano, arriesgando la vida para dejar de pertenecer a un orden inferior, buscando la libertad, apropiándose de un territorio, desafiando la autoridad, poniendo en tela de juicio la ley de la manada y la naturalidad de cualquier orden jerárquico. Según la política de la fábula contemporánea, en cambio, Pepe es un animal lastimoso reducido a la condición de pura víctima, objeto de ayuda y compasión. La antropomorfización propia de la fábula y su política de las especies, que humanizaba a los animales y los dotaba de logos, queda invertida por un zoomorfismo generalizado que sólo puede concebir la vida humana en la figura de la vida desnuda de un animal indefenso, pura identidad territorial y biológica que, en el límite de la significación social, no hace ninguna historia. Así, en nombre de un humanismo despolitizado que reduce la vida a una inocencia que es impotencia, la compasión por la muerte de Pepe termina siendo cómplice del poder deshumanizador que, después de haberla empujado hasta el subsuelo de la historia, dejó la vida al desnudo, abandonada en el campo de la excepción.

El hecho de que el tableau de Restrepo disponga de un animal todavía vivo, a punto de morir pero vivo, transforma la economía general de la escena. En “Bloque de búsqueda”, el hipopótamo no es todavía un objeto cadavérico bajo la mirada de un poder soberano que se afirma en el dominio y la apropiación brutal del animal. Se trata de un encuentro que tiene tanto de enfrentamiento como de reconocimiento mutuo, de narcisismo, de complicidad, de fascinación especular. Son dos juguetes rabiosos frente a frente en un campo de batalla, dos soberanías en guerra, dos modos de estar afuera de la ley: por un lado el cuerpo ominoso del ejército, el “Bloque de búsqueda” estatal, maniobrando maquinalmente en el campo de la excepción al que, bando de por medio, había sido arrojado el hipopótamo por una decisión soberana; por el otro, el animal renegado, ciego de furia que, después de haber desafiado al macho alpha de la horda, rompió con la ley natural de la comunidad de sus congéneres para convertirse en una fuerza descontrolada lanzada con violencia contra cualquier obstáculo que se le oponga. Un animal va a morir acribillado. Pero retengamos nuestras lágrimas: la vida es el precio que generalmente se paga por sobrevivir.


Fermín A. Rodríguez es crítico literario y profesor de literatura, graduado de la Universidad de Buenos Aires. Completó su doctorado en Literatura Comparada en Princeton University. Es el autor de Un desierto para la nación. La escritura del vacío (Eterna Cadencia, 2010), y el coeditor y traductor de Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida (Paidós, 2007). Enseñó teoría literaria en la Universidad de Buenos Aires y literatura latinoamericana en San Francisco State University, desde 2007 hasta la actualidad. Es becario de Conicet, y traductor al español de Judith Butler, Terry Eagleton y Greil Marcus, entre otros.


Obras Citadas

 Agamben, Giorgio. 1989. Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life. Trad. Daniel Heller-Roazen. Stanford, California: Stanford UP

Castaño, José Alejandro.  2010.“¿A dónde van dos hipopótamos tristes?” Periodismo narrativo en Latinoamérica. Web.

Derrida, Jacques. 2008.  La bête et le souverain, vol. I. Paris: Galilée

Kaldor, Mary. 2002. “Cosmopolitanism and Organized Violence.” Robin Cohen y Steven Vertovec, eds. Conceiving Cosmopolitanism. Theory, Context, and Practice. Oxford: Oxford UP

Hardt, Michael and Antonio Negri. 2004. Multitude. War and Democracy in the Age of Empire. New York: Penguin

Restrepo Zapata, Camilo. 2011.“Bloque de búsqueda”. Camilo Restrepo Zapata. Web. http://www.camilorestrepoz.com/