En Ostal, un público de sólo veinte personas es guiado por un médico, uno por uno, a través de un túnel oscuro hasta la habitación de un paciente. La habitación está casi completamente ocupada por una cama enorme. Una vez el último miembro del público entra, el médico cierra la puerta detrás de ellos. El performance se lleva a cabo en esta habitación cerrada, fragmentos de la vida de una mujer atormentada por una enfermedad mental. Su esquizofrenia es interpretada no como enfermedad clínica, sino como una consecuencia inevitable del proceso de adaptación social a la cual todos somos sometidos desde la infancia. En la búsqueda de su identidad, ella busca la complicidad del público, mientras todo tipo de cosas extrañas y violentas le ocurren a ella y a la habitación, sin que nadie diga una palabra.