En esta puesta en escena de Final de juego de Beckett, el público tiene que cruzar un túnel cubierto de planchas de zinc para llegar a la imagen desoladora de los cuatro personajes, físicamente limitados y atrapados entre las paredes de zinc, consumidos por relaciones de angustia y resentimiento. Hay un pacto silencioso y desesperado entre ellos, donde Hamm es el déspota que da las órdenes que obedece Clov, pero es Clov el que determina si el juego continúa o no, ya que puede irse en cualquier momento y hacer que mueran los demás. Toda la historia gira en torno al temor de que Clov puede salir en cualquier momento, pero no lo hace porque no hay ningún lugar a dónde ir. Incluso al final, cuando deja de responder al pedido del ciego Hamm, Clov se encuentra a su lado, inmóvil y silencioso, con una maleta en la mano. Todo termina como empezó, y no pasa nada.