DONATE

Atención, se abre en una ventana nueva. PDF

82_edremarks_01_lg

 

http://english.aljazeera.net/focus/mexicointhecrossfire/

Mapas de la #narcomáquina

Jill Lane y Marcial Godoy-Anativia | New York University 

¿Cómo hemos de mapear y medir el alcance hemisférico de las guerras actuales contra las drogas en México y otras partes del continente? A través de uno de sus proyectos, la iniciativa de la sociedad civil Nuestra Aparente Rendición (NAR) se ha dedicado a trazar el “Mapa latinoamericano de nuestro futuro”: una reflexión continental sobre los periodos de violencia extrema vividos en los países del hemisferio, muchos de los cuales “siguen viviendo espirales de inseguridad y crueldad social en los que parecen definitiva y lamentablemente inmersos”.1 Las coordenadas de este espeluznante mapa pasan por 18 países, ofreciendo relatos que recogen desde experiencias de las dictaduras del Cono Sur de los 70 y 80, y las guerras centroamericanas durante los 80, hasta la violencia contemporánea en la frontera entre EEUU y México. Haciendo referencia a México y la violencia sin precedentes que ha desatado la guerra del Presidente Calderón contra los narcos desde fines del 2006, la curadora del proyecto, Lolita Bosch, señala que “su pasado es nuestro futuro”. De manera urgente, Bosch nos dice que la crisis por la que atraviesa México ha costado ya más vidas que las dictaduras de Argentina y Chile juntas.

La reconocida antropóloga de Guadalajara, México, Rossana Reguillo, con quien hemos tenido el gran placer de coeditar este número de e-misférica, nos explica que la propia palabra “narco” evoca un complejo mundo sociopolítico y cultural que va más allá de la máquina de muerte que genera víctimas día a día, y de modos cada vez más espectaculares y brutales. Durante los meses que precedieron a la publicación del número, hemos aprendido, en diálogo con ella y un sinnúmero de académicos, artistas y activistas colaboradoras/es, que lo “narco” nombra el colapso del orden social como lo conocemos: el aumento del autoritarismo, el deterioro de la sociedad civil, la erosión de los derechos humanos, la transformación de ciudades y pueblos en espacios fantasmagóricos y teatros de guerra, y el surgimiento (o regreso) de la “violencia expresiva”—una violencia mortífera cuyo único propósito es representar su propio poder, fenómeno que Reguillo analiza en detalle en su ensayo para este número. Actualmente, el lugar de mayor visibilidad de la narcomáquina es México: la guerra militarizada del Presidente Calderón contra los carteles de drogas ha ocasionado al menos 47.515 muertes2; cuerpos degollados y mutilados cuelgan de los puentes, junto a las infames “narcomantas”, en Tamaulipas o Monterrey; se desechan multitudes de cadáveres en las carreteras de Veracruz o en Guadalajara; aparecen numerosas bolsas llenas de cabezas humanas en Acapulco o en D.F.3; se hallan emigrantes centroamericanos dentro de fosas comunes (narcofosas); y día a día se leen en la prensa noticias sobre secuestros, corrupción y las fluctuantes líneas de combate entre los carteles, mientras que los propios periodistas, junto a fotógrafos y corresponsales de los medios sociales, son ejecutados arbitrariamente.4 Activistas de derechos humanos, incluyendo a los líderes de la lucha en contra del feminicidio en Ciudad Juárez, tampoco se escapan de la muerte.5

En el ensayo inicial, Rossana Reguillo define este concierto distópico de fuerzas y elementos como la “narcomáquina”, ofreciéndonos un anti-manual sobre ésta, una guía alternativa que intenta iluminar su lógica, su lenguaje y su gramática social, e identificar sus principales modos de locución y retribución. Como ha sostenido Paul Gootenberg en otro texto, el tema de las drogas exige este tipo de acercamiento discursivo, además de un análisis estructural, debido a que la denominación de cualquier substancia como “ilícita” representa una acción performativa del estado. El discurso estatal produce la “ilegalidad” de ciertos estimulantes y drogas de consumo (pero no de otras, como los cigarrillos, el alcohol y el valium) y, por consiguiente, los estados “deben de mitificar las drogas ilegales para poder combatirlas” (31). Entendido de este modo, el prefijo “narco” no designa un mundo oscuro e ilícito de drogas opuesto de manera amenazante a un mundo lícito de gobernabilidad y principios de derecho. Al contrario, la narcomáquina involucra todos los procesos a través de los cuales se establecen y mantienen las fronteras entre lo lícito e ilícito y lo legítimo e ilegítimo; involucra las relaciones entre el estado, el tráfico de sustancias ilícitas y las fronteras (geográficas, ideológicas y sociales) que estos lazos mortíferos crean y trastocan. La narcomáquina tanto produce como destruye mundos: como escribe Gustavo Blázquez en este número, “la máquina narcótica nos hace ver y nos hace hablar. Contribuye a la sedimentación y ruptura de discursos y prácticas; articula experiencias, crea sujetos y posibilita el agenciamiento social”. La narcomáquina produce paradojas: el estado parece reclamar mayores poderes excepcionales en proporción directa a su decreciente capacidad de proteger la seguridad sobre las propias vidas y libertades básicas que éste pretende garantizar. Al mismo tiempo que el estado extiende cada vez más los brazos de sus “leyes” alrededor de la sociedad civil, crece cada vez más la sombra de la impunidad.

Los mapas creados por los medios con el fin de ilustrar las líneas de combate entre carteles rivales (un género recién en auge, la narcocartografía) superponen las zonas de control de los carteles sobre las fronteras de los estados regionales de México, produciendo así la imagen espectral de los carteles como para-estados. Algunos mapas les permiten a los usuarios apagar o encender estas “líneas estatales”; este parpadeo sugiere la conexión incierta entre nación, estado y para-estado. La ciudad de Guadalajara, por ejemplo, deja súbitamente de formar parte del Estado de Jalisco y pasa a ser el centro del “Cartel de Sinaloa”: lo que era Jalisco es ahora un mosaico compuesto de “Sinaloa”, “Zetas” y “Familia Michoacana”. Si las líneas llegaran a apagarse por completo, ¿qué nación o estado representaría este mapa? ¿qué lugar sería éste? (“Ya no sé desde dónde estoy escribiendo”, nos confiesa Isabel Vericat). Mientras las líneas que demarcan la lógica del estado parpadean y se desaparecen, los ciudadanos de estos estados tienen menos certeza sobre dónde y cómo establecer sus demandas de seguridad o justicia, y de cómo mantener los nexos que, por lo demás, los sujetan a los significados sociales y políticos del lugar donde viven y al que pertenecen. En otras palabras, la ciudadanía pasa a ser menos ciudadana, convirtiéndose más y más en sujetos sin estado. Los ciudadanos de ayer—desterritorializados a pesar de no moverse de lugar—se comienzan a parecer cada vez más a los emigrantes vulnerables y sin estado cuyas vidas se ven tan amenazadas por la narcomáquina. El pasado de los emigrantes es nuestro futuro, dirían los mexicanos.

Como muchos han señalado, los mapas del tráfico de drogas que se producen en EEUU generalmente se detienen en la frontera del norte de México. Raramente se representa el contrabando, la venta, el consumo, la criminalización y el lavado de dinero dentro de Estados Unidos, a pesar de que existen datos fácilmente accesibles que establecen que estas prácticas son justamente los motores principales de la narcomáquina hemisférica (y, a final de cuentas, global). Según Gootenberg, “a pesar de que el tráfico está determinado por la “demanda” norteamericana, el trayecto de la droga se detiene misteriosamente en la frontera, donde aparentemente es deshechada, sin implicar a nadie dentro de la política económica local” (25). Al imaginar este mapa, podemos ver que el modelo primordial para la guerra de Calderón no es solamente la “guerra contra el terror” del Presidente George W. Bush, sino también la Guerra Contra las Drogas del Presidente Ronald Reagan.6 La Guerra Contra las Drogas de Reagan dio inicio a la amplia criminalización del consumo y venta de drogas en EEUU, la expansión radical de las fuerzas de seguridad del estado, y la disminución de los derechos civiles de aquellas personas que el estado concibe como sospechosas de delitos de drogas (estos individuos son, desmedidamente, hombres negros y latinos). Además, justificó la intervención directa del ejército estadounidense en operaciones antinarcóticos a través del continente. Por una parte, esta guerra—que ha continuado sin tregua bajo la administración de Obama—ha contribuido poco a disminuir el narcotráfico y, por otra, ha resultado en el encarcelamiento de más de 30 millones de personas desde el 1982, cuya gran mayoría está compuesta de jóvenes de color acusados de delitos menores. Como explica bien Michelle Alexander, esta guerra ha sido una guerra en contra de las personas de color: “En algunos estados, del 80 al 90 por ciento de todos los encarcelados por delitos de drogas han sido afroamericanos, quienes al ser puestos en libertad pasan a entrar a un universo paralelo en el que se les niegan muchos de los derechos que supuestamente habían ganado durante el Movimiento de Derechos Civiles”.7 ¿Qué mapa podría trazar las relaciones entre los niños marginados de Medellín, Córdoba o Culiacán, y los jóvenes que llenan las cárceles en todo EEUU? ¿Qué tipo de mapa podría trazar las relaciones entre la erosión—en efecto, la disolución—de los derechos civiles en las comunidades negras de EEUU y la erosión de derechos en un lugar como Ciudad Juárez? Nuestro pasado es su futuro; su pasado es nuestro futuro.

En conjunto, los trabajos recogidos en este número arrojan luz sobre las complejidades del agenciamiento frágil que la narcomáquina produce. Estos textos y obras analizan y rastrean los sujetos, subjetividades y códigos de acción atrapados en las redes de la narcomáquina: usuarios de drogas y narcomulas (Blázquez); coyotes (Marroquín); niños asesinos y padres adolescentes que han sobrevivido las calles (Alarcón); hijos que confiesan los pecados de sus padres (Osorno); jóvenes indígenas urbanos que han sido encarcelados (Buddle-Crow); los registros de la narcoviolencia en la vida cotidiana (Tercero). Todos estos elementos representan, para citar el título del multimedio de Cristian Alarcón, “visitaciones a la máquina” que, al tener en cuenta su alcance continental, resultan aún más inquietantes y demuestran que México no posee un monopolio sobre lo narco. Provenientes de lugares tan distantes como Manitoba, Medellín o Córdoba, y en conexión a las redes invisibles de venta y consumo de drogas y armamento en EEUU, estas figuras y códigos demuestran que la narcomáquina desafía las geografías estatales, y al mismo tiempo erige las estructuras para que cada estado se reafirme, una y otra vez, como el único proveedor de violencia legítima. La narcomáquina amenaza con destruir al estado al mismo tiempo que justifica su existencia.

En tanto examina las políticas y poéticas de una incesante producción de muerte, la edición de este número de e-misférica ha sido quizás la más difícil que nos ha tocado hasta el momento. El número no pretende ofrecer respuestas. La narcomáquina no ofrece salidas fáciles. Varios colaboradores han reflexionado sobre este punto: la narcomáquina no solo nos hace olvidar dónde estamos, sino que también sacude las estructuras analíticas y estéticas que nos ayudan a recuperarnos.  Algunos han propuesto nuevos modos de análisis por medio de novedosos discursos críticos: el capitalismo gore o sangriento (Valencia), la narcopolítica (Garriott) y el gasto y el sacrificio humano (Park y Gómez-Michel). Al no existir claridad sobre estrategias que nos permitan salir del engranaje de la máquina, muchos  proponen tácticas para ganarle terreno, rastreando los límites y oportunidades que ofrecen el cine, las artes visuales, la novela, la música o el performance. Pedro Reyes, por ejemplo, convierte pistolas en palas, literalmente; Isabel Vericat grita desde una plaza digital; Guillermo Gómez Peña le escribe una carta a un capo; Violeta Luna escenifica un réquiem. Otros se arriesgan a intimar con la violencia de la escena misma, con el fin de capturar su intensa inmediatez: las crónicas de Alarcón y las fotografías de Brito—postales, paisajes, instantáneas que ofrecen una micro-cartografía de la vida y la muerte dentro de la narcomáquina.

 

Traducción de Kahlil Chaar-Pérez


Notas
1 Mapa latinoamericano de nuestro futuro. http://nuestraaparenterendicion.com/index.php?option=com_k2&view=itemlist&layout=category&task=category&id=30&Itemid=10

2 Éste es el número más reciente ofrecido por el gobierno mexicano. Otras fuentes estiman que el número es considerablemente mayor. Ver: “Contabiliza la PGR 47 mil 515 muertes por narcoviolencia durante el sexenio,Proceso (11 enero 2012), http://www.proceso.com.mx/?p=294489; “Mexico Updates Death Toll in Drug War to 47,515, but Critics Dispute the Data,” New York Times (January 12, 2012: A4).

3 “Mexico: Severed Heads Found in Capital.” New York Times (October 4, 2011: A11).

4 Véase, “Two Mexican journalists found slain,” (1 September 2011)  http://articles.latimes.com/2011/sep/01/world/la-fg-mexico-dead-20110902; “Mexican journalist, family slain,” (20 June 2011)  http://articles.latimes.com/2011/jun/20/world/la-fg-mexico-journalist-killing-20110621; “Protestan en Juárez por asesinatos de 50 periodistas en el país este sexenio,” (30 September 2011) http://hemeroteca.proceso.com.mx/?p=282877

5 Desde el exilio Norma y Malú Andrade piden seguridad (3 enero 2012) http://www.cimacnoticias.com.mx/site/11122001-Empezar-de-nuevo-d.48585.0.html; “Mexico violence claims another member of peace movement” (8 december 2011)http://latimesblogs.latimes.com/world_now/2011/12/second-mexican-peace-activist-killed-in-two-weeks.html; “Poet Susana Chavez's Death Sparks Outrage in Juarez,” (18 January 2012) 
http://www.alternet.org/newsandviews/article/441114/poet_susana_chavez's_death_sparks_outrage_in_juarez/
#paragraph3

6 En EEUU, las dos guerras se han fusionado, más recientemente a través de la Ley de Seguridad Fronteriza Mejorada (HR 3401), la cual permite que se utilicen “tácticas de contrainsurgencia contra la insurgencia terrorista en México realizada por organizaciones criminales transnacionales, y para otros propósitos”. La Ley define la “insurgencia terrorista” como “el uso prolongado de la guerra irregular, incluyendo los espectáculos extremos de violencia pública utilizados por las organizaciones criminales transnacionales para influenciar la opinión pública y socavar el control gubernamental y los principios de la ley…” Ver  http://www.hcfa.house.gov/112/HR3401.pdf. Ver J. Jesús Esquivel, “Aprueba subcomité de EU aplicar tácticas de contrainsurgencia terrorista en México,” El proceso (15 diciembre 2011)  http://hemeroteca.proceso.com.mx/?p=291407

7 Ver también su excelente investigación The New Jim Crow (2010).


Obras citadas
Alexander, Michelle. 2010. “Obama’s Drug War.” The Nation [27 December 2010] http://www.thenation.com/article/156997/obamas-drug-war. Accessed 15 January 2012.

______. 2010. The New Jim Crow: Mass Incarceration in the Age of Colorblindness. New York: New Press.

Gootenberg, Paul. 2009. "Talking about the Flow: Drugs, Borders, and Discourse of Drug Control.” Cultural Critique. 2009 (71).