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La memoria del otro en la era global: Ética y política de la imagen en la visualidad post-terremoto. Contrapunteo entre Haití y Chile

Ángela Ramírez y Soledad Falabella

La pregunta sobre el significado de la poesía después de Auschwitz asedia la postguerra europea al advertir la huella ética, estética y política que deja en la memoria una escritura del Holocausto. Pero, ¿qué pasa cuando no es la escritura de poesía aquello que nos convoca, sino la visualidad de “la vida real”, en este caso, el horror de los terremotos de Chile y Haití? ¿Cuáles son los límites éticos y estéticos de la reproducción de la violencia y de la victimización? ¿Qué función política cumple la visualidad en la Red como lugar global de depósito y circulación de imágenes? En este comentario a dos voces, hacemos un contrapunto entre la fotografía más visitada del terremoto de Haití y la imagen símbolo del terremoto de Chile. Con ello buscamos reflexionar sobre las implicancias de ver “al otro”, la construcción de la memoria colectiva en la red y su relación con la autoimagen.

Ante la invitación de ejercitar la mirada sobre Haití, compulsivamente nos asaltó lo propio: el terremoto en Chile el 27 de febrero de 2010. Frente a la memoria del terremoto propio, Haití sólo aparece como un espejo. En la Red, dos focos de imágenes se ordenan dicotómicamente en polos opuestos: Haití, naufrago vs. Chile, reconstructor.

Como autoras, desde el cuerpo recordamos el terremoto chileno --¿Cuál es nuestro cuerpo del recuerdo? ¿Es nuestra la memoria la que conjuramos? ¿Cómo verificar la autenticidad de nuestros recuerdos?--, 27 de febrero, Santiago de Chile: derrumbe catastrófico en medio de la noche, todo se mueve, materialidad fluida y espasmódica. Crisis.

Hoy, desde Chile, nuestros dos cuerpos hacen memoria --¿Qué significa que escribamos de a dos? Buscamos imágenes para “ver a Haití” desde “nuestro lugar” doble. Nuestra similitud (el terremoto) es lo que radicalmente nos diferencia. La similitud, hermandad, ahora es una distancia radical: el 27 de febrero de 2010 en Chile se yuxtapone al 12 de enero de 2010 en Haití.

Buscar en la Red --de a dos accedemos a una memoria colectiva global para recuperar la propia memoria. ¿En qué deviene nuestra memoria después de acceder a las imágenes colectivas, después de “contagiarnos” con lo otro, lo de afuera que ofrece la Red? ¿Sigue la memoria siendo propia? La Red organiza la memoria global, la ordena, seleccionando y racionalizando el registro visual de los acontecimientos: los buscadores arrojan aquella fotografía más visitada a nivel global.  La memoria en la Red se unifica.  Buscando, ambas encontramos las mismas imágenes. También los medios ordenan la memoria declarando las imágenes símbolo de ambos terremotos. La conjunción de medios, Red y prensa en red sancionan la memoria “hiper verídica”: la de una mujer bajo los escombros de Port au Prince y la de un hombre sosteniendo la bandera nacional en Pelluhue. La memoria de nuestros cuerpos se ve sobrepasada por el asedio de las imágenes de la Red. La memoria del cuerpo se desplaza por la materialidad virtual de otras memorias que toman su lugar.

Daniel Morel

Foto: Daniel Morel

Haití: derrumbe y mar de polvo blanco sobre cuerpo semidesnudo de mujer derrumbada y cubierta por escombros, mujer de piel negra, de poca e inadecuada vestimenta, una entre muchos/as, anónima. Ni siquiera es representada entera: sólo el fragmento superior de su cuerpo es lo que nos ofrece la imagen. Retratada junto a trozos de otros cuerpos, cuya carne aparece manchada de sangre, oscura y abundante, el terror de la vulnerabilidad absoluta de este ser se conjura en su mirada. Pedazo de mujer, fragmento de cuerpo semi-horizontal que yace mutilado por los escombros. Sus ojos proyectan una mirada vacía. Nos constituimos en el lugar de voyeuses-verdugos.

Representación de fragmentos de cuerpos en proceso de sobrevivir el caos, dolor, horror de la catástrofe. La visualidad connota una pérdida de orientación total, sólo hay pura superficie, imposibilidad de perspectiva: es anamórfica. No hay como ubicarse, tampoco como sujetarse, ni apropiarse de nada. La imagen nos abyecta como sujetos éticos, marea nuestra mirada, la obnubila, derrumbándonos cada vez que intentamos constituirnos.  En la superficialidad nauseabunda no hay posibilidad de ser un sujeto pleno, menos aspirar a cierta autonomía para ponerse nuevamente de pie, constituirse como sujeto de su propia historia y hacerse cargo del futuro. Tal como “La balsa de la medusa”, la imagen apunta al fracaso y crisis de un proyecto de modernidad.

Con esta fotografía “emblema” del terremoto en Haití, nos convertimos en testigos de la emergencia de lo Real lacaniano como encuentro con el horror latinoamericano: lo que los escritores utópicos del latinoamericanismo, identidad mestiza o transculturadora de “nuestra América”, no podían ni se atrevían a pensar. El fantasma aterrador de “lo otro” emerge con total inmediatez. La imagen fue registrada por Daniel Morel, fotógrafo profesional haitiano de France Presse. Su acto hace visible el horror mediante el uso de la miseria de que lo rodeaba; junto con ello, su fotografía reitera y reproduce la violencia social que grafica. Hay composición en la mirada del fotógrafo, enmarca el desborde del horror para producir su imagen. En cambio, no hay pose en los seres retratados.

En la vulnerabilidad de la situación de extrema crisis no hay dignidad en la fotografía de Morel. Tampoco habrá dignidad en la circulación de la imagen en la Red. Su trabajo fotográfico fue pirateado y usado por Associated Press sin rendirle crédito alguno al autor. La vulnerabilidad se reproduce. Al menos, Daniel Morel puede protestar, contratar una abogada y enjuiciar a AP.

En el caso de Chile, en la Red visualmente hay consenso sobre cuál es la imagen símbolo del terremoto. Sin embargo, ésta apunta a un cuadro de una sobrevivencia de un tipo muy distinto a la proyectada por la visualidad de la imagen de Haití: la épica de la resistencia de la autoimagen.

Roberto Candia

Foto: AP/Roberto Candia

Chile: derrumbe y tierra negra, trozos de madera, un horizonte con cielo azul al fondo, en el centro un cuerpo de pie de un hombre joven, sobreviviente “estandarte” que junto con la bandera nacional --rota pero no destruida-- dan cuenta de un panorama visual racional, optimista y moderno. Hay claras marcas de poder y control: hay orientación, el sujeto está vertical --análogo nosotras—en un enmarque que favorece la ubicación y la perspectiva; o sea, la ilusión del control sobre el espacio.

En esta foto sabemos dónde estamos. El hombre está vestido adecuadamente y su postura es la de un sobreviviente capaz, con dignidad y con esperanza. La bandera, símbolo de la nación, está manchada de tierra, luce la huella de la catástrofe como testimonio de guerra. La tierra mancha la bandera, pero la imagen no es una pura mancha. La constitución del sujeto de la historia es plena y sólida, como el hombre erecto que sostiene la bandera. Esa es la distancia que emerge entre Chile y Haití cuando buscamos en la memoria global de la Red. En la autoproclamada imagen símbolo de la “reconstrucción” de Chile no hay desborde, ni sangre, ni nauseas, ni horror. Sólo destrucción momentánea: el país, como su bandera, eficazmente será reconstruido.

La imagen de la “reconstrucción”, como eufemísticamente se la conoce en los medios chilenos, fue tomada por Roberto Candia, corresponsal jefe de AP en Chile. El retratado es Bruno Sandoval, y el momento épico ha sido profusamente investigado. Todos los actores de esta imagen ya son conocidos, han sido eficientemente rastreados por los medios, entrevistados, nombrados. Se les presenta como personajes dignos de tener voz y contar su historia. También la bandera es constituida como protagonista, casi otro personaje más, que encarna la nación.

El terremoto surge como una oportunidad para retratarse y surgir a la fama reconstruyendo la nueva nación chilena. El escenario es decidor para Chile: doce días después del terremoto, Sebastián Piñera, primer presidente democrático de derecha después de 50 años, accede a la Moneda. La hipermediatización de la catástrofe usurpa al cuerpo el duelo, y el nuevo presidente de discurso neoliberal y de “hombre hacedor” se viste con nueva ropa. La reconstrucción es el nuevo lema del nuevo gobierno de derecha y la bandera fotografiada, su símbolo. Ésta fue devuelta por Sandoval a su dueño, y es entregada al presidente para que acompañe al mundial a la selección nacional de fútbol. Ningún detalle se escapa, todo se vuelve mediatización. Cada aspecto de esta imagen y de su trayectoria devela una pose, junto con una consciencia atenta a la composición de lugar, de su estética, ética y política en función de la capitalización de la unidad y el éxito de la nación. Con ello se acentúa el hacer y el poder y se cumple con obliterar el horror del yacer indigno de la víctima. La imagen proyecta una ilusión de poder y confirma la autoimagen: Chile, país ganador.

Mirar a Haití se convierte así en un trabajo con la memoria de los propios cuerpos tensionada ante la memoria visual de la Red. La búsqueda a dos voces de la imagen post-terremoto conduce a imágenes-símbolo—¿Cómo recuperar la autonomía frente a la vorágine de los buscadores y la prensa? La memoria global de la Red ordena, categoriza y selecciona la visualidad, construyendo al “otro” para constituir una identidad paradójicamente unitaria y conservadora. Haití, territorio anamórfico del horror y el fracaso moderno; Chile, territorio sin duelo, preso en una fantasía de la acción y la modernidad sin memoria.


Soledad Falabella Luco (Universidad de Chile, Universidad Diego Portales) dirige ESE:O, una ONG que promueve proyectos de escritura colaborativa para fortalecer la participación local y global de las comunidades. Falabella Luco ha enseñado e investigado internacionalmente. Como una “académica y activista cultural”, su compromiso es desarrollar maneras creativas para promover el cambio social combinando pedagogía, investigación, activismo y artes. Libros: ¿Qué será de Chile en el cielo? Poema de Chile de Gabriela Mistral (LOM Santiago, Chile, 2003); co-editora de Hilando en la memoria: Curriao, Huinao, Millapan, Manquepillan, Panchillo, Pinda, Rupailaf, la primera antología de poetas mujeres mapuche women poets (Cuarto Propio, Santiago, Chile, 2006) e Hilando en la Memoria, Epu Rupa (Cuarto Propio, Santiago, 2009); Cantando la infancia, Chile y la tierra Americana (Ministerio de Educación, Santiago, Chile, 2007); Competencias para el México que queremos. Evaluación PISA (SEP: Mexico City, Mexico, 2009),  un manual de alfabetización y pensamiento crítico para profesores y estudiantes que forman parte del sistema de educación en escuelas públicas de México.

Ángela Ramírez estudió en la Escuela de Artes de la Universidad de Chile; escultura en metal en la Academia de Bellas Artes de San Juan Viejo, Puerto Rico; escultura en mármol en el Laboratorio S.G.F. de Sculture (Italia); Kunstakademie Düsseldorf. Actualmente, es profesora en la Escuela de Artes de la Universidad Mayor y prosigue con su trabajo artístico. Proyectos: 1994–1996 exhibiciones colectivas en Alemania; 1996 Offenen Atelier Köln Salon e.V. in der Deutzerwerf; 1997 exhibición bipersonal, Museo de Arte Moderno, Chiloé; "Pánicos en Blanco", apartado privado; 1998 FONDART "Dos obras plásticas para el Hospital Barros Luco Trudeaux"; 1999 FONDART "Dos obras plásticas para el Centro Penitenciario Femenino de Santiago"; 2000 exhibiciones en la Casa Colorada y Galería Animal, Santiago; 2005 Beca Pollock-Krasner, Primer premio en el concurso del Ministerio de Obras Públicas por el proyecto “Sine qua non”; Proyecto censurado por el Poder Judicial; 2006 FONDART “Narciso”; 2009 Beca Creativa John Simon Guggenheim Memorial Foundation.