En nuestro pueblo de Zinacantán, aparte de las labores de la vida cotidiana, algunas mujeres se involucran en otras actividades para obtener beneficios y otras no. Por ejemplo, algunas hacen trabajo de brocado en sus telares de cintura y otras sólo bordan los vestidos. Otras mujeres tienden los pastos y crían pavos y gallinas, o venden artesanías tradicionales que compran de los tejedores. Pero hay algunas que tejen, bordan y venden los productos textiles ellas mismas, lo que les genera mayores ganancias. La mayoría de las mujeres se dedican a trabajar en su propio hogar y a la crianza de sus hijos, sobre todo para garantizar que reciben el cuidado de una madre y que nunca les falta el amor maternal, la ropa o una dieta saludable. También cuidan a sus maridos, pero incluso si desean participar en otro tipo de trabajo, no pueden, debido a que algunos maridos son celosos o no les gusta que sus mujeres trabajen en otra cosa que no sea su hogar, sus hijos y sus maridos. A muchos no les gusta que sus esposas salgan frecuentemente, por ejemplo, aunque sea para traer leña, agua o para vender sus artesanías.
Hay mujeres que no van a la escuela y ni siquiera puede deletrear sus nombres. Por otro lado, aquellas que fueron privilegiadas por sus padres y fueron capaces de ir a la escuela, han tenido un mejor futuro, ya que algunas son maestras, secretarias, enfermeras o escritoras bilingües; pero sólo llegaron a esas posiciones a través de los esfuerzos de sus padres (aunque no sólo de ellos, porque algunas de las mujeres también pusieron de su parte). Sin embargo, las mujeres que no quisieron o no pudieron ir a la escuela, se quedan en casa haciendo los quehaceres del hogar y más tarde se arrepienten de haber sido incapaces de salir adelante.
En su vida casera diaria, una mujer tiene que levantarse temprano para hacer las tortillas, moler el pozol y preparar el desayuno de su marido para que pueda ir a trabajar en los campos. Después de preparar la comida de su marido, ella termina las tortillas, cocina el nixtamal y cuando sale el sol, va a las colinas para buscar leña. Cuando regresa, desayuna y limpia la casa. Si hay agua cerca, inmediatamente se pone a lavar la ropa, y si no lo hay, debe ir a buscar agua para hacerlo. Después de haber terminado de limpiar la casa, comienza a tejer en el telar de cintura, ya sea ropa de la familia o ropa para la venta, ya que si están cortos de dinero debe ayudar de alguna manera, porque si su esposo trabaja sólo en los campos a menudo no tienen suficiente dinero para mantener a su familia. Esto es así, ya que los cultivos (hortalizas, maíz, frijoles o rábano silvestre) no tienen un precio establecido en el mercado y a veces el precio es bueno y a veces es bajo y otras veces toda la cosecha se pierde por culpa del granizo o la sequía. Por esto, algunas mujeres tienen que vender artesanías y otras deben vender tortillas. Es aún peor para las viudas que tienen que criar y mantener hijos pequeños, tienen que ver cómo pueden trabajar para mantener a estos niños, ya sea tejiendo ropa para otras personas o tejiendo prendas para vender como artesanías. Algunas hacen tostadas o alimentos para los hombres que trabajan en los campos y a cambio del pago que les dan otras mujeres que sí ganan lo suficiente para pagar por ese servicio.
Las mujeres pobres experimentan mucho sufrimiento en su vida cotidiana, sobre todo debido a los escasos recursos económicos, dado que el trabajo de la mujer campesina es tan infravalorado que el gobierno no fija salarios mínimos favorables para el trabajo que hacen estas mujeres y la propia sociedad no valora la capacidad, el esfuerzo ni la tradición de las artesanías indígenas. Por ejemplo, los tejidos que hacemos con nuestras propias manos (un patrimonio heredado de nuestros antepasados) para nosotras es un tesoro valioso. Creemos que nuestra lengua y nuestra mano de obra deben ser valorizadas y deben sobrevivir. Las madres sienten que tienen el placer y la responsabilidad de educar a sus hijos sobre su cultura y sus tradiciones para que sobrevivan generación tras generación y que nunca perdamos nuestro conocimiento, leyendas, costumbres y tradiciones, ya que son los más grandes tesoros de las comunidades indígenas. Está bien si dejamos nuestra aldea debido a situaciones de gran necesidad, pero una vez en la ciudad nunca debemos olvidar el idioma o las costumbres de nuestra comunidad.
Dado que las mujeres son las encargadas de la reproducción de nuestro pueblo, de nuestra cultura y de nuestro lenguaje, creemos que siempre deben ser estimadas de la misma manera que los hombres, ya que son las raíces de la familia y de la sociedad y por eso son tan valiosas como los hombres. Las mujeres nunca deben ser descuidadas, ya que son igualmente dignas como personas. Las mujeres indígenas deben contar con el mismo apoyo con el que cuentan todas las mujeres mexicanas. El que sean indígenas no es razón para menospreciarlas, porque todos somos seres humanos y somos igual de valiosos y, aún más cuando son proveedoras de la vida y reproductoras de nuestra más antigua cultura y tradición.
Muchas gracias.